Literatura infantil para la libertad (Parte 1/4)
La virgen y el niño con los pecadores arrepentidos de Anthony van Dyck (siglo XVII) - Imagen del dominio público
En una Venezuela donde dejaron de importar los méritos, los derechos humanos, la justicia, la probidad y tantos otros cultivos de la humanidad, yo sigo apostando por la literatura infantil como la mejor herramienta que puede ponerse a la orden de un niño (ah, y puede funcionar con adultos también; ¿por qué no?).
La literatura infantil ha estado allí desde que ha habido un niño a quien cantarle una nana, contarle un cuento o recitarle un poema, por nombrar los casos más típicos. Y esto ha sido así desde que hubo ese niño.
Recurrimos a una variedad de autores a la hora de hablar sobre literatura infantil, ya que es un terreno donde se conjuga lo que consideramos ser niño y todo —todo— su entorno.
¿Qué es un niño?
Para mí un niño es la escultura dentro de la piedra, pero no una que prexiste y espera ser esculpida para revelarse, no. Más bien, una escultura que ya es y sigue transformándose, como una piedra maleable, como la lava que nunca ha de enfriarse por completo.
El niño es un individuo que se va formando entre dos aguas: por un lado se encauza una “estrecha conexión con el adulto y sus pares”, junto con quienes crea “conocimientos, identidad, cultura y valores”, lo cual lo acerca a la imagen de “niño rico” de Reggio (denominado así por Loris Malaguzzi); mientras que por el otro lado se canaliza una relación igual de estrecha, pero en la que este recibe estos “conocimientos, identidad, cultura y valores”. Es decir, el niño se forma activamente de lo que da y recibe.
Siempre me ha resultado chocante el empeño en hablar de recepción como sinónimo de pasividad. El niño recibe, sí. Esto no lo hace pasivo. Está en nuestras manos (las de los adultos a cargo) enseñarle cómo se hace y motivarlo a perfeccionar la estrategia. Nuestro propio conocimiento de las cosas ha de cambiar producto del contacto con los niños; si esto no ocurre, pues los pasivos somos realmente nosotros y con nuestro ejemplo, transmitimos esta pasividad.
Es por esto y más que yo sigo depositando mi confianza en la literatura infantil como una vía para la liberación y la democracia. Por su naturaleza social, la literatura infantil ofrece al niño a través de sus diversas formas de representación (narrativa, poesía, teatro, etc.) la oportunidad de descentrarse, o sea de volcar su atención hacia lo exterior y considerar la otredad. Así el niño obtiene mayor consciencia de las repercusiones que tienen sus acciones sobre los demás.
¿Esto significa que la literatura infantil “hace” individuos éticos?
Antes de continuar, podríamos pensar en la respuesta a esta pregunta.
Lo que sí me gustaría decir antes de despedir este primer fragmento, es que si nuestros niños leyeran mucho de todo, tendríamos en el futuro adultos con los que sería más fácil dialogar. Nos han demostrado históricamente que pueden incluso dictaminar con su actitud lectora cuáles textos serán infantiles, aunque no hayan nacido como tales; para esto basta ver los casos de Los viajes de Gulliver del famoso autor británico Jonathan Swift (1726) y de Platero y yo del también célebre autor español Juan Ramón Jiménez (1914).
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Con este magnífico comienzo, se ve muy bien esta serie que comienzas, @marlyncabrera. Me parecen muy acertadas tus reflexiones y consideraciones acerca del niño y la función educadora y liberadora que puede alcanzar la literatura infantil. Saludos.
Gracias, @josemalavem. Este es un tema importante en toda época y nación, sin embargo muchas veces no goza de la atención debida (sobre todo en su función liberadora, pienso yo). ¡Un abrazo! :)