VI
Hoy te vi de nuevo, estabas igual.
Todo de ti se mantenía.
La llevabas cerca tuyo,
bien sabía yo que no te gustaba tomarse de las manos.
Creo que no me viste, estabas mirando al frente, como siempre.
Ella solo te observaba con una sonrisa,
como solía hacer yo, en su mismo lugar.
Dejé el celular con cuidado para no dejarte.
De pronto me viste, y ella también lo notó, echaste ese cabello castaño hacías atrás, y tu acompañante, ahora novia, solo me ignoró.
Quizás no gané mucho, estaba sola en aquella concurrida plaza, en la misma donde pasamos muchos momentos hace un año.
Pero no me creo perdedora.
Seguiste caminando en dirección a la misma heladería donde solíamos emocionarnos por tardes completas, donde luego me invitabas a comer alguna que otra galleta, supuse que harías lo mismo.
Y debo admitir que fue extraño.
No fue emoción.
No fue recelo.
No fue melancolía.
Fue un gran paso.
No sé si fue al fin superación o un bloqueo.
Pero me sentí feliz, no solo por ti, si no también por mi.
Estuve tanto tiempo añorando que nuestros caminos se cruzaran nuevamente que, cuando ocurrió, en vez de no saber nada, supe que hacer.
Y seguí en mi celular.
En la misma banca, sin ponerme de pie, sin nada.
Eres tan común y yo tan ordinaria.
Indecente.
Aprendí que debo poner puntos finales donde quiero poner puntos suspensivos.
Hace tiempo debí. Pero la vida es sabia y mala, y sabe regresar cualquier cosa.
Y este es un final, especialmente para ti.
Por qué ya no voy a escribirte, pensarte menos.
Catapultaste con tus propios actos tu destino lejos del mio.
Quizás, antiguo cariño mío, vuelva a verte.
Pero mirarte, lo dudo.