[ENG-SPN] The cheerful wives of the Romanesque / Las alegres comadres del Románico

Few are, in fact, the historians who dare to go beyond the typical topics of darkness and barbarism and give themselves over to a happy deliberation that the Middle Ages was also a time of light and spiritual triumph, where there was a Art, the Romanesque, which regardless of the linear monotony of its sculpture -as critics such as Erwin Panofsky consigned endlessly in their essays- knew how to lead, hand in hand with itinerant stonemasons' guilds -who were not only the forerunners of the modern professional training, but over time, they also came to be considered as the origin of Freemasonry- and in most cases, voluntarily protected by the sacred law of anonymity, grandiose stories that not only served to transmit basic ecumenical concepts , but also constituted an entertainment, in many cases not exempt from cheeky picaresque, that lit up the footlights of a town condemned to the unjust ostracism of the uncultured, centuries before great playwrights, such as the brilliant Shakespeare, once again drew attention to the virtues of theater and in Spain the corralas became the opium of the people, centuries before giving way to football and television and in today, with the Internet and the supposed delights that await us, according to prophets, such as Zuckelberg, in the Metaverse.

Pocos son, en realidad, los historiadores que se atreven a ir más allá de los típicos tópicos de oscuridad y barbarie y entregarse a una feliz deliberación de que la Edad Media fue, también, una época de luz y de triunfo espiritual, donde hubo un Arte, el Románico, que sin importar la monotonía lineal de su escultura -como consignaron hasta la saciedad en sus ensayos, críticos como Erwin Panofsky- supo llevar, de la mano de unas cofradías de canteros itinerantes -que no sólo fueron los precursores de la moderna formación profesional, sino que con el tiempo, llegaron a considerarse también como el origen de la masonería- y en la mayoría de los casos, amparados voluntariamente por la sagrada ley del anonimato, grandilocuentes historias que no sólo servían para transmitir unos conceptos ecuménicos básicos, sino que también constituían un entretenimiento, en muchos casos no exento de descarada picaresca, que alumbraba las candilejas de un pueblo condenado al injusto ostracismo de la incultura, siglos antes de que grandes dramaturgos, como el brillante Shakespeare, volvieran a atraer la atención sobre las bondades del teatro y en España las corralas se convirtieran en el opio del pueblo, siglos antes de ceder su paso al fútbol y la televisión y en la actualidad, con Internet y las supuestas delicias que nos esperan, según profetas, como Zuckelberg, en el Metaverso.

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