Crónicas en un desierto
Técnicamente, Lima es un desierto, respondiéndole de esa manera a una chica peruana que, abanicándose, se quejaba del incesante sol de verano limeño con una declaración que me resultó curiosa, viniendo de alguien que, siendo de Lima, debía conocer su geografía. Pareciera que estuviéramos en un desierto. Y sí, técnicamente lo es. Alguien que llegase vía aérea a la ciudad, no podría sospechar que la urbe está asentada sobre un desierto, y mucho menos en invierno, donde las temperaturas bajan, no al extremo de la congelación, pero si lo suficiente como para querer abrigarse, como ahora, y calentar el cuerpo con una humeante taza de café.
Todo interior es austero y callado.
El Pacífico es el segundo océano que conozco en vida. En la muerte todas las aguas se unen.
La arquitectura de las instituciones limeñas proyectan una solemnidad de espacio conjugada con el ambiente familiar que se respira en torno
La transición del tiempo seguirá curtiendo la pátina de la historia sobre los edificios en el silencio de la vida