En los brazos de un joven ingeniero fui a dar, de mirada profunda y ligera sonrisa. Era octubre, en luna llena cuando fui sorprendida por el roce de unos labios, quedé sin palabras al tropezar con un eslabón en una tienda mientras compraba por Miami; simplemente suspiré muy profundo, salió de lo hondo de mi corazón, no comprendía que pasaba, la adrenalina recorría mi cuerpo, como un rayo, un leve nerviosismo que vencía mi voluntad y trataba de controlar, sentía el rubor en mi cara por mi caída estrepitosa y el gran susto que no podía disimular.

No tenía remedio, acepté la ayuda del joven caballero, tan generoso y elegante, quien con sus dos manos asidas en mi cintura, ayudo mientras me restablecía del gran bochorno, y a pesar de lo cansado que se veía al regresar del trabajo, tomó la iniciativa de acompañarme al hotel donde me hospedaba.