Encandilado por la magnificencia, permanece quieto, casi inerte.

Retuerce los dedos y magulla sus labios con ligeros apretones ansiosos. Pequeñas figuras corretean en el pasto algo seco, descuidado. Él se deleita con cada movimiento, los observa de cerca pero invisible, incesante pero calmado. Traga grueso y de vez en cuando parpadea para mojar sus ojos. Los minutos pasan y el reloj sigue sonando, pero aún no es momento.

Las nubes recorren el cielo y la espera cada vez es más corta. La distracción, la felicidad, un pequeño cumpleaños que se celebra es el eje de todas las miradas. Risas y algunas felicitaciones.

Si miras de cerca, entre las ramas, puedes verlo. El sudor, los gritos ahogados por un pañuelo viejo y mugriento, algunas gotas de sangre y un insaciable afán que no permite los murmullos ser escuchados.

Los minutos pasan y todo se torna lento. Un cuerpo pequeño descansa sobre la hierba oculta entre las ramas, inconsciente.

Otra rosa se ha marchitado y se ha vuelto negra como el carbón.

Ya no son gotas, ahora es un charco de sangre.

Un pequeño se escabulle en el matorral para buscar su pelota perdida. Todos escuchan el grito desde la fiesta, el llanto.

Los adultos corren en su búsqueda y lo único que se aprecia es la mano de un hombre, sangre y vísceras por doquier y no hay rastro de nadie más.

—Han llegado ya —suspiró uno—. Vienen por nosotros.

Nadie salía de casa y no se decía una palabra.

Rosa número 74… arrancada.

Esta es mi participación en el concurso de relatos de terror, ¡Tú también deberías participar! Todos tenemos una opotunidad como escritores, no pierdas la tuya ;)