Muchos se preguntan la razón del por qué hice lo que hice. Unos se atreven a acercarse y preguntarme, otros solo lo suspiran a mi lado como si de una aberración se tratara.

Por un lado me volví una especie de salvador de pensamientos antiguos y viejas costumbres, y por otro, me volví enemigo público de la normalidad. Las miradas eran pesadas y podía palparlas en el aire como un enorme juzgado de la locura misma.

Hice lo que hice porque había días donde no quería despertar. Donde abrir mis ojos me resultaba agotador y solo pensar en levantarme me parecía un acto de fe que conllevaba pelear contra fuerzas que van más allá de mí esencia como ser existente.

Pero las voces…

Cada mañana, los implantes oculares se encargaban de despertarme para que continuara con la rutina diaria. No sabía si mis sueños habían dejado de ser imágenes abstractas o si la vida real había pasado a ser solo una de tantas realidades atadas a placeres y deseos. La soledad me azotaba incluso estando acompañado de tanto y tantos. Y un día de días, simplemente no lo soporté.

Alguien muy sabio me dijo una vez que el pánico y la desesperación son los botones de reinicio de la naturaleza humana; así que eso hice, me reinicié.

Por más funesto que sea el hecho de haberme quitado los ojos, nunca había tomado tan sensata decisión en mi vida. Mis ojos pesaban toneladas. Toneladas de luces y anuncios, toneladas de senos y colores.

Cadenas y más cadenas.