Una misántropa embarazada
Tener hijos nunca había sido una opción para mí o no lo tenía dentro de mi lista de deseos o de metas por cumplir en mi vida. Siempre lo vi como algo ajeno, hecho para los demás. Y había sido así desde pequeña; aunque jugara a “la mamá y el papá” y me gustaran las muñecas, se trataba de eso, solo de un juego.
Lo otro es que no tenía que explicarme mucho a mí misma las razones. Simplemente no lo contemplaba. Y aunque no es lo común, sé de niñas –como Gabriela, la hija de una amiga– quien desde corta edad ha mostrado su parecer: “no quiero tener hijos, mamá”.
Empero dicha elección no es precisamente compartida por la mayoría, la que en muchos casos sí necesita alguna explicación y/o entender las causas que motivan la negativa a reproducirse. Por lo menos es mi experiencia con personas que me han rodeado, desde mi mamá, quien argumentaba que es la misión de la una mujer en el mundo, postura compartida con mis amigas y amigos del colegio, luego de universidad, luego compañeros de trabajo, entre otros miembros de la sociedad con los que he tenido a lo largo de mi vida no solo que argumentar sobre esa y posturas similares, sino verme en la posición de justificar el porqué de mi decisión, a veces recibiendo reacciones vehementes a causa de ello (recuerdo una vez que una compañera de trabajo me dijo: “¡Claro que sí quieres tener hijos! ¡¿Cómo no vas a querer?!”).
Cuando se daba la oportunidad de discutirlo con alguien de quien realmente me interesaba su opinión o postura le preguntaba: “¿Por qué según tú yo debo tener un hijo?”. Las respuestas más comunes: 1) es la misión de la mujer en la tierra 2) para dejar descendencia 3) para que no estés sola cuando envejezcas 4) son una bendición 5) para que tengas alguien quien vea por ti económicamente cuando ya no puedas producir 6) (esta es muy interesante) porque eso es egoísmo.
Es curiosa esta última razón, ya que para esa persona yo estaba siendo egoísta al negar traer una “bendición” (las comillas son porque es la concepción común, no porque no crea que lo sean) procreada y criada por mí a este mundo que tanto lo necesita y, aunque agradecí sus palabras, me vi en la posición de explicarle que para mí el egoísmo más bien radicaba en el hecho de que dos personas, por un deseo personal, deciden traer a este mundo a un ser que no lo solicita.
Por años fui de la opinión (aún lo soy) de que prefería adoptar; hay tanta niñez abandonada, necesitada de cariño y protección, entonces ¿para qué traer a más gente al mundo? (en estos casos es cuando mencionaban lo de “tu descendencia con tu propia sangre”, el argumento que menos me podía convencer).
I am not a people person
Estoy en mis 40 y tengo la fortuna de estar en una posición que me permite entender un poco mejor las cosas y aprender cada día. Una de ellas es que la incertidumbre es con lo que verdaderamente podemos contar en la vida, que la seguridad es solo una ilusión. Lo otro que he aprendido es a entender y aceptar que no me gusta la gente, que eso está bien y que funciona para mí. No es que carezca de empatía, al contrario, la considero uno de mis rasgos. Pero digamos que en la soledad y el silencio me siento más a gusto.
Así mismo tengo la fortuna de actualmente compartir mi vida con alguien que, por varias razones, es el aliado perfecto para mí ya que, entre otras cosas, nos acompañamos en eso de crecer, cada quien en su proceso de vida pero haciéndolo juntos, de una manera sana y enriquecedora. Dicen que el verdadero amor no tiene que ver con posesión.
De esta privilegiada situación se ha originado algo que se está gestando dentro de mí. Estoy formando una vida. WTF. ¿Se imaginan todo lo que ha pasado por mi cabeza, planteado ya lo que había sido mi parecer al respecto?
¿Y entonces?
La primera reacción fue el impacto –supongo– natural en esos casos. Lo segundo fue el abrazo y entre ambas cosas la sonrisa, profunda, proveniente de lo desconocido. Lo tercero: ir inmediatamente al médico a corroborar la novedad y comenzar el control del proceso.
Por mi edad, mi embarazo se considera de riesgo pero, conforme se han ido descartando las posibles amenazas inherentes, entonces mi mente se ha dedicado a esas otras cosas que implican ser una procreadora de vida, desde la transformación física, pasando por la psíquica, emocional, hasta la espiritual. Se entra en una nueva dimensión sin retorno de la que en mi caso no me quiero perder nada, debido a esa tendencia particular de disfrutar de las experiencias, sobre todo si son inéditas para mí. Así que he tratado de recrearme en cada detalle de esta etapa en la que he podido asimismo aprehender nuevos significados y sentidos de lo que representa crear y el rol de la mujer dentro del universo en ese aspecto.
Hace poco hablaba someramente con un conocido al respecto y le decía que entonces este parecía ser mi momento, que no concibo a la yo de antes experimentado esto, a lo que él contestó: “Es que yo se le comenté a una amiga: no has tenido hijos porque no te has enamorado realmente” (este sujeto también arguyó lo de que ser mamá es la misión de la mujer en el mundo). Dicho esto dudé de si me estaba dando yo a entender apropiadamente, en primer lugar porque no creo que estar verdaderamente enamorado sea la única condición y razón para traer un ser al mundo cuando se desea. Tampoco creo que sea la consecuencia final, a saber: estar enamorado de verdad es igual a tener hijos.
Sí, el amor, la plenitud, la madurez emocional, etc. puede que sean ingredientes ideales cuando eres “bendecida” de esta forma, pero el lograrlas no implica necesariamente que tengas que cumplir con esa misión. Definitivamente, como sucede con la saga Misión Imposible, es solo si deseas aceptarla y si no, seguiré atenta a una mejor argumentación de por qué una mujer no puede o debe tener esa elección.
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