Una madre tiene casco y botas
Esto va dedicado para quienes no solo nos regalaron una vida, sino para quienes no dieron parte de la suya.
La vida les tocó la puerta, a muchas de sorpresa, para avisarles que las cosas no serían fáciles, que podrían seguir volando y ser libres pero sin abandonar el nido; que no dormirían, que tendrían nuevas preocupaciones toda el tiempo, que sus senos les dolerían y se caerían; que su cuerpo sería otro, no tan delicado, sino más maduro con algunas cicatrices de guerra. Además ahora su tiempo sería compartido; alejarse un segundo significaría poder perderlo todo. Detrás de ellas ahora tendrían un guardaespaldas, nosotros, esas criaturas llenas de amor demandantes de cariño. Sin embargo, como ir a la guerra, ellas continuaron y se enfrentaron a todos los monstruos, a todos los miedos, y victoria tras victoria las hizo mujeres más fuertes, más comprometidas y dignas de una vida en el puesto más alto en nuestros corazones.
Al principio no estaban seguras de los que estaban haciendo. Algunas lloraron con nuestra primera fiebre, otras no sabían si las palmadas en nuestra espalda para acabar con nuestros gases eran muy fuertes o muy blandas. Su corazón se les partió cuando aquel niño tremendo nos golpeó, estuvieron celosas de aquella chica o chico que nos robó el corazón, pero sin embargo nos abrazaron cuando nuestro primer noviazgo no salió tan bien. Algunas fueron nuestras chaperonas en nuestras primeras salidas con los amiguitos y tuvieron que ver aquellas comiquitas tan aburridas. Cuando faltó comida en casa, ellas aseguraron que no tenían hambre para que comiéramos más, y siempre contuvieron las lagrimas cada vez que nuestro trato hacia ella resultaba una pesadilla.
Ellas asumieron la batalla de ser madres y su mayor victoria fue hacernos lo que somos hoy. Abracémosla y digámosle. ¡Te amo mamá! Hoy ganaste la batalla un día más.