ESTUPENDAS ESTUPIDECES EN LA GRAMA DE UN PARQUE.
Sedienta estaba ella; necesitaba cuanto antes un vaso de agua, un sorbo, un pedazo de hielo; era una sed indescriptible que tomaba su cabeza ya presa de un dolor. Cruzó la avenida como a ciegas, se tocaba para poder sentir que aún vivía. Cuando llegó al parque miró hacia la fuente y estaba vacía como su alma. Penetró entre el Museo de ciencias y el Museo de bellas artes. Siguió por la ancha vereda y solo atinaba a ver los indigentes echados en la grama con sus mochilas sucias y putrefactas. El sol en el cenit, la sed hórrida que no le permitía ver con claridad. Metió su mano derecha en la cartera y pudo tocar que el revolver Smith and Wesson aún estaba allí.
Un joven en el camino hacia las fuentes grandes del parque le sonrió y le ofreció beber de su botella de licor. Con su cabeza le negó aceptar el liquido. Continuó caminando y el joven la seguía a prudente distancia. Ella, catira, con su pelo rubio y sus ojos verdes como agua rodeada de algas con diferentes tonalidades verdosas. La noche anterior había bebido mucho con sus amigos roqueros y casi hasta a mitad de la mañana había despertado, desnuda y violada; quizá fue así, muchas veces, tenía lagunas mentales que la aturdían tanto como el alcohol ingerido. Cuando despertó y vio su ropa regada, nadie a su lado se encontraba en aquel garage abandonado por una familia que se se marchó al exterior. Botellas vacías en su derredor y cuando se llevó la mano a su pubis sintió pegostes de semen. Sin duda alguna, había tenido relaciones sexuales convenidas o tal vez no. No era la primera vez que ocurría, gracias a su dipsomania y palimpsestos, apareciendo en su conciencia cuando menos se esperaba.
Los recuerdos la mortificaban y la inconsciencia jugaban, ahora, con su malestar y la sed. Detrás el joven le mostró un frasco de agua mineral. Ella lo tomo y empinó todo su contenido sin respirar. Nuestra protagonista pudo reír con ganas. Paró de caminar y pudo conocer al joven que se le presentó como fantasma o ángel.
Sonia Cristina se sentó en la grama a reposar, medio litro de agua la había recuperado y no obstante, la sed seguía pero mitigada. El joven inició una conversación trivial para ella, era baldía como tierras desérticas. Empezó Sonia Cristina a verlo más que con compasión que con interés personal. Ella elegía con quien estar y aún errando, ella era quien optaba con o quienes podían estar en su cuerpo. El joven de nombre Andres Sosa, estaba en la jugada. Abrió su bolso y registrando en el interior alzó un sándwich de jamón y queso. Lo alargó hacia ella quien lo devoró con hambre pantagruelica. Para tragar a placer le pidió alcohol, un anisado que llevaba en una bota, de esas que llevan repletas a las tardes de toros.
Dejaron la plaza y se marcharon cada quien por su lado. Abajo quedó la sed de Sonia Cristina, Sotina o Titina, como la llamaban en su casa. El joven Andres se frotaba las manos por haber hecho una amistad. Ella, rumbo al garage donde continuaría sus sueños de locura cotidiana.
Hola Francisco, espero estés bien.
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Felicitaciones, no todo el mundo se atreve a expresar sus ideas, inquietudes a través de la palabra escrita.
Saludos, Valentina @valquerales
Hola, muy amable de tu parte. El consejo lo pondré en práctica. Saludos. Francisco.