JAULA PARA DOS
"Feelings unspoken are unforgettable."
Andrei Tarkovsky, Nostalgia.
Mi tío vivía en el primer piso de un edificio viejo. En la planta baja había un taller de mecánica; siempre se quedaban hasta tarde trabajando y bebiendo cerveza. Él no hablaba demasiado. Llegaba de trabajar, me daba algo de comer y se sentaba frente al televisor con las luces apagadas. Su apartamento era un cuadrado con dos colchones en el suelo, un televisor en el medio y un montón de cajas. No había nada que hacer además de jugar videojuegos y dibujar. Tampoco me mandaban al colegio, no querían que dijera nada sobre lo ocurrido.
Él salía a trabajar temprano. Dejaba el desayuno en la mesa y el almuerzo en el microondas. Tenía un periquito en una jaula pequeña. De noche lo tapamos con una sábana para que lo dejasen dormir las luces del farol que se metían por la ventana; parecía haberse acostumbrado ya al ruido de las piezas mecánicas y fichas de domino por la madrugada. Tenía una casita de madera en la que pasaba la mitad del tiempo, y un palo de gancho de ropa atravesado entre los alambres de la jaula para que se parase a comer. Cuando me cansaba de jugar videojuegos, colocaba la jaula del perico cerca de la ventana y me sentaba a verlo. No cantaba cuando le silbaba ni me picaba cuando le metía los dedos, solo se pasaba las tardes limpiándose las alas con el pico, como si creyese que las usaría de nuevo. A veces llovía, y entonces no se escuchaba más que el ruido de los autos salpicando en los charcos que se formaban en la calle. En ocasiones ponía la jaula del periquito en su lugar para que no se mojara y me sentaba revisar las cajas. Eran cajas de cartón, casi todas de la misma forma y tamaño. La mayoría estaban llenas de polvo y tenían artículos de papelería que mi tío vendía antes.
Por las noches, luego de la cena, veíamos el canal de deportes juntos hasta que mi tío se dormía y yo tenía que apagar la tele. Siempre terminaba contándome como él era mejor que Zidane hasta que se lesionó jugando en algún club de Colombia (cada vez en uno distinto). Una de esas noches, mientras revisaba las cajas, encontré una máquina de escribir entre resmas de papel amarillentas. Parecía ser bastante vieja por lo desgastado e ilegible de sus teclas; le faltaba uno de los rodillos y el carro estaba atascado y hacía ruido al deslizarse. Me dijo que podía quedármela si no la rompía. Era difícil distinguir las letras solo con la luz del televisor, así que me encerraba en el baño para no molestar. Me quedaba despierto escribiéndole cartas a mi mamá. Al amanecer se las daba a mi tío y le pedía que se las llevara al hospital. También le escribía algunas a él pidiéndole más colores porque se me habían acabado. Siempre le pareció extraño que dibujara los árboles sin suelo, como flotando.
Cuando le preguntaba por mi mamá, se pasaba la mano por el cabello y me decía que estaba mejor. Me dijo que había inhalado veneno de ratas por accidente, y que tenía una perforación en el pulmón. Supongo que quería evitarme las preguntas típicas. Pero que los bomberos entren a tu casa, te lleven a tu cuarto a ver comiquitas, y saquen a tu mamá llorando del baño, es suficiente para darse cuenta. Él no quería hablar de eso y yo no tenía ganas de preguntarle, pero hubiera esperado que me llevara a visitarla alguna vez. Siempre me dejaba en el taller con sus amigos y volvía por la noche con algún récipe médico nuevo. No era la primera vez que mi mamá hacía algo así, de hecho ya no era extraño. Como aquella vez que, discutiendo con mi papá, se paró en el medio de la avenida enfrente de la casa con las luces del semáforo en verde. Mis abuelas se la pasaban preocupadas llevándola al psiquiatra y tratando de mantenerla sedada.
Una noche mi tío llegó con los ojos vidriosos y oliendo a alcohol. Lanzó una bolsa de papel sobre la mesa y se echó en su colchón. Esa tarde había pasado a dejar un par de cajas más. No quise prender la tele, ni usar la máquina de escribir. Solo me senté en el piso a revisar las cajas nuevas. Eran cajas de plástico blanco, diferentes al resto. Abrí la primera y saqué todos los papeles que había adentro; debajo de algunos de mis dibujos estaban un montón de informes médicos y varias cartas para mi mamá. Tomé la jaula del perico y la coloqué sobre el vano de la ventana; él inclinaba la cabeza y me miraba. Me quedé viéndolo toda la noche con la cabeza entre los brazos. Levanté el cerrojo de su jaula y le dejé la puerta abierta. Salió caminando con sus patitas y probó si sus alas aún le eran fieles.
Me encantó! <3 gracias por pasarmelo.
Bienvenido a Steemit @bleedingheart67. Excelente escrito