Sexo, matrimonio y familia

No deberíamos insistir en que nuestras relaciones personales, románticas y familiares estén absolutamente libres de violencia y coacción. Esperamos libertad en nuestras relaciones, pero la forma en que nos relacionamos con las relaciones de los demás es una cuestión completamente diferente. Si bien muchas personas desean ayudar a otros a tener relaciones más satisfactorias, algunas simplemente quieren ejercer control sobre los demás e imponer sus valores. Aquí es donde entran los gobiernos con sus leyes y su coacción. Debido a que todas las leyes están respaldadas por la amenaza de la fuerza, se garantiza que cada ley destinada a controlar las relaciones personales reducirá su calidad.

Cuando las personas se sienten inseguras sobre su sexualidad o su capacidad de reproducción, esa inseguridad se proyecta en un intento por controlar las relaciones privadas de los demás, pero la verdadera amenaza es su propia inseguridad. Todas las sociedades han desarrollado normas de conducta sexual a lo largo del tiempo para garantizar la procreación, pero se garantiza su imposición por la fuerza para reducir la satisfacción. Si bien tales leyes pueden alentar (o en algunos casos desalentar) la procreación, lo hacen a costa de una crianza de calidad. Las personas que reciben incentivos financieros por tener hijos serán menos entusiastas con respecto a la crianza de los hijos que aquellos que lo hacen por la satisfacción intrínseca.

Las leyes que intentan controlar el comportamiento sexual están respaldadas por la amenaza de invadir violentamente la habitación de alguien. Si las personas están involucradas en una relación o intercambio de placer físico en el que ambos acceden a lo que está sucediendo, es un delito interferir con su relación. Dichas leyes generalmente no se pueden hacer cumplir de todos modos. Sirven a propósitos más grandes que sus objetivos declarados absurdos al permitir que los gobiernos establezcan el estándar del comportamiento sexual y al darles otra arma para usar contra los desviados.

Como muchas personas lo entienden, el matrimonio es un compromiso de por vida entre individuos basado en un voto sagrado. Antes de que los gobiernos entraran en el círculo vicioso del matrimonio, la naturaleza de estos compromisos estaba determinada únicamente por las personas involucradas y las instituciones religiosas o comunitarias que formaban parte de su compromiso. En muchos lugares, el control de "licencias de matrimonio" permite a los gobiernos controlar quién puede casarse. El estrépito matrimonial también significa que los gobiernos controlan el divorcio, lo que sería lo suficientemente malo sin dar a las personas la oportunidad de buscar decretos de los jueces respaldados por la fuerza. Esto es particularmente desastroso cuando se trata de los efectos en los niños, especialmente porque crecen pensando que cuando tienen disputas, deben resolverse mediante coacción.

Cuando las relaciones se vuelven violentas, ya sea entre cónyuges, padres e hijos, o cualquier miembro de la familia, la intervención por la fuerza puede justificarse para proteger a aquellos que no pueden protegerse a sí mismos o alejarse de una situación peligrosa. Sin embargo, confiar en este noble propósito para el gobierno suele ser contraproducente. Obliga a las personas a tener relaciones no saludables y crea incentivos falsos. En algunos gobiernos, las grandes burocracias se dedican a administrar las relaciones familiares. Incluso los decretos de los burócratas están respaldados por la fuerza, lo que lleva a consecuencias predecibles que los gobiernos utilizan como una excusa para más gobierno. Si una sociedad acepta que un monopolio coercitivo es una forma aceptable de gestionar las relaciones personales, caerá en una espiral, que si no se controla, garantiza la destrucción de relaciones sanas.