Le oí decir al abuelo: “Cada palabra tiene un poder único y asombroso; ten cuidado al hablar, pues con ellas puedes seducir y animar, pero también con las mismas, puedes desanimar y provocar catástrofes de amistad irreparables”

Sucedió cuando el aprendiz llegó a donde su mentor con el rompecabezas que tenía en la clase de ética y moral; la profe les comentó un estudio de casos en un tribunal de justicia; la nota del periódico decía:

Pues verá su señoría, -respondió la acusada- cuando él me conquisto, yo le advertí que aceptaba sus amores con la condición que como varón fuera sólo para mí, además le advertí que si le comprobaba una infidelidad lo mataría; y ciertamente me fue infiel.

El caminante siendo aún muy joven logró ganar la amistad y atención de un sabio marinero, que gustaba de compartir conceptos y enseñanzas basándose en los Principios de la Creación. Él se aislaba de conceptos religiosos, pues decía que sólo son comentarios e interpretaciones a veces sin bases formativas. La palabra, es nuestro sencillo tema presente; las personas tenemos la facultad a semejanza del Creador, de construir relaciones y vida con ellas.

Muchacho, -dijo el abuelo aquella vez- Los sabios árabes siempre nos advierten que con nuestra propia lengua nos podemos ahorcar; queriendo decir que debemos aprender rápidamente a dar el uso adecuado a nuestras palabras. Desde niños queremos rápido aprender a comunicarnos, a expresar y a pedir todo los que nos llama la atención; los padres celebran cada nueva palabra que logra gesticular un crío. Es responsabilidad de todos aprender a decir lo necesario, a tiempo y con mesura.

En cuanto al caso que les plantea la profe, -prosiguió el anciano- es necesario en toda sociedad organizada crear tribunales de justicia; para complementar la norma educativa de manejar nuestros asuntos con amor y responsabilidad. Si un hombre promete a una dama ser fiel en sus sentimientos y entrega total, deberá honrarse a sí mismo, cumpliendo sus palabras. A este caballero tal vez se le olvidaron aquellas palabras de antaño, pero su mujer siempre las tuvo grabadas en su corazón.

Nosotros los marineros tenemos a pelo de lengua dichos permanentes como: “El pez muere por su propia boca, cuando muerde el anzuelo; y los seres humanos mueren por sus olvidadas palabras de antaño” Leí el periódico y observo que aquel tribunal tuvo en cuenta el incumplido trato entre estos dos amantes; pero emitió una sentencia de pagar daños y perjuicios, como de privar de la libertad a la mujer por un tiempo razonable, debido a que la justicia civil no admite hacer justicia por su propia mano. Siempre lo advierte el proverbio del rey Salomón: “El que cumple el mandamiento, cumple consigo mismo; el que descuida su conducta morirᔲ