Maestro, quizás no te acuerdes de mí, aunque lo dudo, siempre tenías mente de elefante, y recordabas los nombres de todos los que estábamos en tu salón. Bastaban dos semanas de clase para que nos mostraras tu magia y comenzaras a adivinar quién era aplicado, quién era inquieto, quién era retraído, quién carecía de amor, quién había comido, quién tenía un dolor... Todavía me pregunto cómo podías saber tanto de las materias y, aún más, de nosotros. Ay, maestro, cuántas penas te hicimos llevar a tu casa, sin querer. Pero no todo era malo, ¿cierto? Porque también te regalábamos abrazos sin que fueran días festivos. Y tú sonreías ante tanto cariño desinteresado y desmedido.

Acercarme a tu escritorio para que evaluaras mi lección era mágico: Las sílabas, las palabras, las oraciones y los párrafos aparecían a través de tu voz, haciéndose eco en la mía.

Hoy me preguntaba ¿Por qué hay tantos maestros en el mundo?

Creo que se debe a que son los maestros los primeros profesionales ejemplares con los que tenemos contacto desde que somos niños. Ustedes, sin querer, se convierten en nuestra inspiración, y aprendemos a quererlos y a admirarlos; entonces, cómo no querer ser como mis maestros: Si para mí, eran sabios, amables, educados, amorosos, responsables y entregados.

Cuando salía de la escuela corría a la casa para transformar cualquier espacio en un salón de clases, y enseñaba a las tejas y a los palos que había en el patio, las lecciones aprendidas.

Nunca los escuché quejarse por nada. Ahora entiendo que no querían transmitirnos sus angustias. Cuando me hice docente, y comencé a trabajar, siempre traté de imitarlos. En mis clases siempre estaban ustedes, maestras de "Manuel María Urbaneja", con sus voces entrelazadas a la mía, con sus enseñanzas ceñidas a mi piel, con sus ceremonias de respeto hacia esos nuevos seres que buscan aprender.

Nunca pensé que me retiraría de la docencia en el momento en que creo que más puedo transformar la vida de mis alumnos. Pero es que, lamentablemente, no sé mentir, y me cuesta motivar a los jóvenes a estudiar, cuando el mundo se ha converido, como dice el tango escrito por Enrique Santos Discépolo, en un "Cambalache":
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Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor
Ignorante, sabio o chorro, pretencioso o estafador
Todo es igual, nada es mejor
¡Lo mismo un burro que un gran profesor!
No hay aplazaos, qué va a haber, ni escalafón
Los inmorales nos han igualao.

La canción dice que el mundo siempre ha sido y será una porquería y, quizás, su compositor sabía desde hace mucho tiempo, lo que a mí me ha costado comprender con los años. Lo peor de todo es que la porquería pareciera ser cada día más abundante, y ya no hay acción que valga para detenerla. Ella se muestra en la mirada, en el verbo y en el caminar de los que se creen dueños del mundo, pero que en el fondo solo son dueños y propagadores de la ignorancia que nos domina.

Gracias, maestras. Gracias, maestros, ustedes son unos bendecidos de Dios en este universo; y en cada uno de sus alumnos vivirán por siempre.

Me gustaría invitar a @marcybetancourt, @genomil y @casv a unirse a este proyecto de "Domingo de escritura", ahora moderado por el profesor @cruzamilcar63.