Todavía recuerdo con mucho cariño, cuando me invitaste a dar un viaje para encontrarme a mí mismo. Ambos, vestidos de pies a cabeza con armadura medieval y espadas en la cintura, salimos juntos a vivir aventuras y aunque oxidados por dentro, poco a poco fuimos aprendiendo. Llegamos a perdernos tantas veces que solo nos quedaba preguntar, pero no sabíamos si preguntarle al cactus o al buitre que nos había seguido por más de una hora.

Luego, resulto que él también estaba perdido y nos fuimos los tres juntos camino a Italia. Al llegar, lo primero que hicimos fue buscar trabajo, y encontramos vacantes en una oficina que buscaba ayudantes de detective. Como el caso era muy difícil, teníamos que hacer muchos viajes e investigaciones, la primera parada fue Japón, se nos asignó el seguimiento de un grupo sospechoso.

No eran yakuzas, pero en torno a ellos había varios muertos, se podía sentir, en ese entonces, un olor a muerte que solo se esfumaba con el sollozo de la lluvia. Después de 4 meses, obtuvimos la respuesta, y tal como la realidad, fue decepcionante. Tras la culminación del caso, nos convertimos en viajeros y eso nos permitió estar ahí, cuando la heroica ave que alzo el vuelo y traspaso todo concepto de velocidad o rapidez, con un simple aleteo, descubrió que el cielo no era el límite.