Unas palabras sobre las enseñanzas de mamá Segunda. Su técnica pedagógica autodidacta le vino por experiencia de vida. Tenía tres hijos; una hembra y dos varones, que hacían vida independiente; su hijo menor estudiaba. Conocí a la hija de mamá Segunda; estaba casada, tenía hijos: un varón y tres hembras; tiempo después concibió dos más: una hembra y un varón. El hijo mayor de esta hermana – que la vida trajo- era locuaz y creativo, con habilidades para fabricar guantes, mascotas y mascotines para jugar beisbol; los hacía con tela lona rellenos con retazos de tela y cosía con pabilo. ¡Un genio! Aunque vivían a menos de una hora del campamento donde vivíamos nosotros solo nos vimos una vez en la infancia. El día que fui con mis padres a llevar a mamá Segunda a visitar su hija, nieto y nietas; la observé controlar la felicidad de tal modo que transmitía, sin expresarlo verbalmente, esperanzas de un reencuentro futuro para compartir ternuras familiares. Mientras, seguiría con nosotros, cuidándonos; obligada por las circunstancias. La tala del Poncigue (Ziziphus mauiritiana) le pareció a mamá Segunda una acción alevosa, deplorable y reprochable; negaba la obra de Dios, la belleza y los frutos de un árbol a los nuevos ocupantes de la casa que debían desocupar así lo hubiera sembrado. Mamá Segunda dijo: el agua y la fe harán el milagro, regaremos este pedacito de tronco todos los días y lo haremos entre todos. Así, como si llenáramos un tanque, todos los días, regábamos el pedacito de madera incrustado en el suelo. Un día brotaron varitas verdes, que luego tendrían hojitas; salieron gruesas ramas que crecían y ramificaban cada vez más fuertes. El tiempo y el agua obraron. Al poco tiempo vimos frutos enormes y dulces. Así nos enseñó mamá Segunda que los árboles retoñan.