De niña, me llenaba de emoción y alegría porque recibía regalos y ropa nueva.

En casa, los preparativos para "recibir" la Navidad eran hacer una limpieza completa a la casa. A veces, mi abuela usaba el alcanfor y el hielo para refrescar y realizar una limpieza más extensa a nivel espiritual. También incluía botar lo que no servía, los objetos dañados y la ropa vieja.

Una vez culminado el ritual de limpieza, iniciaba el ritual decorativo. Era donde mi madre procedía a buscar cajas y bolsas donde guardó el año anterior las decoraciones para Navidad. De igual forma, todos los años compraba alguna decoración que llamara su atención.

Ya cuando tenía a la mano las decoraciones que eligió para vestir a la casa de Navidad, me encargaba junto con ella de colocar, según sus indicaciones, los objetos decorativos.

Hasta las cortinas y manteles de la sala y cocina se vestían para la época del año. El único lugar que se evitaba era el baño. Era el Grinch en nuestro hogar. No había manera de vestirlo sin que se arruinara.

Cuando estaban cerca las fechas más importantes y con algo de tiempo, junto con mi madre hacíamos las compras para preparar las hallacas, buscar dónde comprar el mejor pan de jamón y preparar la ensalada.

Después, la locura a la que debemos enfrentarnos a la hora de hacer las compras de los estrenos. Elegir regalos para los más pequeños de la familia. Sentir esa sensación de Navidad que indudablemente ocurre en solo esa época del año.

Compartir con la familia entre comidas, bromas y bebidas. Visitar y reencontrarnos.

Escuchar los raspa raspa y las cebollitas, ver la emoción de un niño al usar una estrellita. Recibir el año entre risas, alcohol y un poco de llanto.