Lunes De Escritura ( 05/04/2021 ) || Crónica Periodística sobre lo que Viví en Puerto Ordaz, Venezuela
En el año 2014 yo tenía 19 años y viví una de las tantas historias que tuvo Venezuela en ese año. Hoy en día soy periodista y quiero compartir lo que viví en aquella ocasión con la comunidad de Steemit.
Yo soy quien sale en la foto, esta fue tomada del Periódico El Correo del Caroní.
Churun Merú
Antes de emprender la caminata aquel 19 de febrero de 2014, pasamos por la casa de nuestro amigo Germán Mendoza, en el sector Campo B. Al preguntarle si quería venir con nosotros, Germán negó a la propuesta argumentando:
—Lo que está pasando en Alta Vista ya no me está gustando, ahí pasará algo feo.
Esa sentencia profética nos puso nerviosos, y cómo no, desde el 12 de febrero Venezuela atravesaba una ola de protestas y manifestaciones en contra del gobierno de Nicolás Maduro, estas habían dado pie a una fuerte represión por parte de la Guardia Nacional Bolivariana (GNB). Pero no en Puerto Ordaz. Allí la situación no alcanzaba los niveles de violencia de otras ciudades del país. Quizás por eso sentimos la suficiente confianza de, pese a las advertencias de Germán, unirnos a los demás manifestantes.
El grupo estaba conformado por cuatro mujeres y dos hombres, todos estudiantes universitarios y ninguno con más de 20 años. Iniciamos la subida a pie por la avenida Las Américas. A medio camino, estando cansados, sudados y colorados por el calor guayanés, llegaron gritos de advertencia desde un carro que bajaba:
—¡Regrésense, no vayan, vienen los rojos! —aquello nos generó más dudas, pero era demasiado tarde para regresar y decidimos seguir adelante.
Cuando llegamos a nuestro destino, entendimos que ese día las cosas serían diferentes: los manifestantes, antes pacíficos, se preparaban para un enfrentamiento. Eran muchos, pero no tantos como se había visto anteriormente en concentraciones. La razón de aquel escenario de guerra era que el gobierno había hecho un llamado a una marcha obrera en Alta Vista; esta, por supuesto, se trataba de una fachada: aquellas personas buscarían acabar con las protestas opositoras en todo el sector.
Foto de mi autoría. Fuente
A la altura de los edificios Churun Merú encontramos a otro amigo: Ildemauro Márquez. Estaba junto a otros encapuchados, todos eran vecinos de ese conjunto residencial. Ildemauro estaba inquieto, nervioso, aquella situación le preocupaba.
—Busquen piedras de donde puedan —nos dijo a Manuel Rodríguez, el otro muchacho del grupo, y a mí—. Ustedes vayan a mi apartamento —ordenó dirigiéndose a las mujeres—. Quédense con mi mamá, cuando esto comience, no se asomen a las ventanas.
Nos miramos como venados desorientados, pero obedecimos. Nuestras amigas se refugiaron y junto a Manuel recogí piedras de cualquier sitio y las reunimos en las esquinas. No habían pasado 20 minutos cuando un muchacho desde una azotea gritó:
—¡Ahí vienen! —y sí, ahí venían. En subida desde la carrera Tocoma se veía una multitud de gente, muchos con camisas rojas como la sangre, marchando en nuestra dirección.
No sé qué parte lanzó la primera piedra o botella, estas sirvieron como proyectiles para empezar la lucha. O, mejor dicho, el intento fallido de nuestro bando por defenderse de aquella horda que nos superaba en número, que parecía más dispuesta a batallar por su causa. Además, con ellos venía la GNB haciendo volar lacrimógenas hacia nosotros. Estábamos en clara desventaja.
Foto de mi autoría. Fuente
No duramos ni diez minutos. Fue un período de tiempo fugaz que sirvió para hacernos correr con el ardor en los ojos y la asfixia del gas. Antes de entrar al edificio Churum Meru, no pude evitar detenerme y maldecir a gritos a un hombre que me sacaba el dedo vistiendo una camisa de obrero de una empresa básica. La pausa sirvió para que me dieran una pedrada en la canilla de la pierna derecha. Una vez adentro, logré ver que me había hecho una herida que sangraba.
Subimos hasta el apartamento de Ildemauro y nos reunimos con las muchachas. Desde aquel quinto piso, vimos con horror cuánta gente había del lado progubernamental. Solo así entendimos lo ingenua que había sido nuestra arremetida. Gritaban injurias como «¡salgan, maricones» que nos llenaban de enojo e impotencia.
Pero entonces los escuchamos. Afuera, el sonido seco de disparos resonó por encima de los improperios de la multitud. Al asomarnos por la ventana, vimos cómo atendían a dos personas de la horda roja que habían caído al suelo. No se escucharon más disparos, tampoco se pudo saber quién había accionado el arma, pero supimos que la situación empeoraría.
—Los heridos fueron un trabajador de Ferrominera y un señor de Sidor, al primero el tiro le dio en el abdomen y al segundo en el cuello —explicó la hermana de Ildemauro que trabajaba como enfermera en el hospital Uyapar donde llevaron a las víctimas. Ambos estaban vivos, pero graves.
Nadie volvió a salir del apartamento, no teníamos noticias nuevas y afuera la multitud había cambiado los improperios por «asesinos» y «cobardes» que gritaban a todo el Churun Merú. Ildemauro decidió ir a la planta baja en busca de noticias y al volver advirtió:
—Van a allanar el edificio, si nos encuentran acá podrían llevarnos.
Ante la nueva situación, decidimos borrar mensajes de texto de los celulares que pudiesen relacionarnos con las protestas, nos cambiamos de camisas y las que tenían consignas escritas las ocultamos.
Tuvimos que esperar. Avanzó el día entre la angustia por no saber si entrarían en cualquier momento tirando la puerta, los gritos que llegaban desde afuera y la incertidumbre de no saber qué pasaría. Pero ese apartamento no fue allanado. La noche cayó y afuera, tras horas de espera, terminó por disiparse la multitud enardecida.
Cuando empezábamos a sentirnos seguros, prendimos la televisión y allí vimos al ministro Héctor Rodríguez que daba una rueda de prensa junto al gobernador del estado Francisco Rangel Gómez y el alcalde del municipio Caroní, José Ramón López. En ella dejaba en claro que las acciones ocurridas aquel día en Puerto Ordaz no quedarían impunes, que se repetirían los allanamientos a las residencias Churún Merú hasta encontrar a los culpables.
El miedo volvía para erizarnos la piel. Decidimos que lo mejor era pasar la noche en el apartamento ya que sospechábamos que durante la madrugada harían rondas para detener a incautos que caminasen por la calle. Mejor salir temprano, y no a pie como habíamos llegado, sino en un carro. Manuel habló con su papá y este accedió a buscarnos.
Despertamos a las cinco de la mañana. El papá de Manuel venía en camino. Cuando este avisó estar cerca, las cuatro muchachas, Manuel, Ildemauro y yo bajamos. Creímos ver la luz de la redención al momento en que apareció el carro del señor Rodríguez frente al portón de los edificios. Como pudimos, entramos y nos acomodamos. El papá de Manuel arrancó y dejamos el caos atrás.
Antes de ir a casa, pasamos por Campo B para buscar el Corsa por la casa de Germán, quien no pudo evitar un «se los dije». Con la esperanza rota, ese fue el final de nuestras guarimbas.
Ese episodio se repitió una y otra vez en muchas partes del país. Ahora me atrevo a apostar que más de la mitad de aquellos defensores de la patria están arrepentidos por que al igual que nosotros viven de pan y agua. Están arrepentidos pero no se atreven a levantar la voz por cobardía y por no decir que estaban equivocados.
En algún momento volverá la buenaventura a este país para que tengamos café y arepas.
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