Estimado lector, me encontraba revisando las redes sociales, como solemos hacerlo en nuestros tiempos de ocio (acabo de percatarme que eso es algo que debería reducir al máximo pues no deja del todo, nada bueno, eso sí, debemos usar las redes sociales para difundir nuestro pensamiento, en fin, eso va en otra reflexión), y me llamó someramente la atención que alguien ofrecía un curso en línea de Filosofía.

¿Por qué digo que me llamó la atención? Por el momento que está viviendo esa rama del saber. Contextualizo el argumento. Hace alrededor de veinte años, yo estaba en la encrucijada de decidir qué estudiar y a qué me iba a dedicar. Para sorpresa de muchos allegados, me decanté por la filosofía. Así es, me dediqué a estudiar esa carrera y actualmente me dedico al acto de pensar.

La reacción de ellos mismos fue, para matizar el asunto, de cierta preocupación pues en aquellos años se pensaba que uno iba a morir de hambre. Eso no me importó pues mi vocación pesó más que todo en mi toma de decisión. Quién iba a pensar que tiempo después, es decir, en la actualidad, el filósofo puede vivir cómodamente.

[Foto tomada con mi celular.]

Es aquí que la necesidad argumentativa me pide que regrese a la idea final del primer párrafo: por medio de las plataformas de tecnología un filósofo puede monetizar su pensamiento y generar ingresos. Eso es algo que uno no venía venir. Ahora es una realidad y sin duda es un área de oportunidad para un servidor. Ahora bien, este componente reflexivo me lleva a un segundo elemento discursivo: el aporte de la filosofía a la literatura.

Precisamente el acto de pensar que se le enseña (o aprende) al filósofo, le permite tener conceptos que, en la misma construcción, la puede implementar en el quehacer literario. *hilando la primera idea desarrollada con ésta última, recuerdo cuando Vásquez (2018) subraya, por poner un ejemplo, el rigor moralizante al personaje de Anna en la novela de Tolstói.

Esa capacidad de subrayar un aspecto filosófico a un trabajo novelesco es la que puede y debe desarrollar un filósofo. Y me parece que es algo que debo potencializar a lo largo de mi trabajo como escritor. Se nota cómo el filósofo se encuentra inmerso en varias áreas de oportunidad en su desarrollo profesional, ¿cierto?

Ese espacio natural del quehacer filosófico dentro de la narrativa es lo que voy a desarrollar en mi actividad como escritor. Por cierto, en la próxima semana comentaré desde una dinámica hermenéutica una novela desarrollada a partir de la cita de dos párrafos anteriores. Será un ejercicio interesante para todos nosotros. Y tal vez en otros artículos profundice sobre la digitalización de la difusión de la filosofía.

Regresando a la idea temática del artículo, el espacio natural del filósofo para adentrarse en la novela, por ejemplo, no debe limitarse al entendimiento de que sólo es capaz de escribir ensayos. El acto de novelar le permite al filósofo, en la construcción de los personajes, darle esa carga natural del acto del ser, por mencionar un solo ejemplo.

Puede, por otro lado, rescatar esa carga mitológica al escenario de la novela en construcción, ya que es conocedor de esa rama el filósofo, precisamente. Nótese pues, cómo el filósofo, partiendo de su conocimiento y capacidad reflexiva, apoyándose en el espíritu de la creatividad, es capaz de crear realidades ficcionales con fundamento literario.

Así que, si alguien decide estudiar filosofía, sabe que actualmente no sólo puede dedicarse a la docencia universitaria sino, crear cursos digitales y comercializarlos o escribir una novela. Por supuesto que hay más campo para el filósofo. Ejemplo: en las empresas como consultor. Sirva éste artículo para curar mis propias heridas de incertidumbre que, no debe uno negarlo, tuve cuando inicié la carrera de filosofía.

Referencia

Vásquez, J, G. (2018). Viajes con un mapa en blanco. Alfaguara.