Rutina - Lunes de Cotina Art

Juan Crisotomo con paso lento sale de la casa y se sienta en su viejo mecedor de mimbre.

La tarde está cayendo y el rojo impregna las nubes y el cielo.

Siempre le ha gustado esa policromía y desde que adquirió esa casa en el campo que ha servido para pasar sus últimos años, tiene como rutina admirar ese fenómeno.

Desde el lugar donde está puede ver a los lejos el sombrero de ala ancha tipo Panamá de su vecino Aurelio, quien levantando la mano le saluda para señalarle que lo ha visto.

En su juventud eran compañeros de caza en el pequeño bosque que se encuentra a pocos metros de allí.

El sonido difuso de un tango se cuela en el ambiente, Edmundo Rivero entona con sentimiento el tango Niebla de Riachuelo, "Nunca más volvió, nunca más la vi, nunca más su voz nombró mi nombre junto a mí. Esa misma voz que dijo adiós"

Su nieta Karina sale corriendo y le dice.

-Abuelito, voy a mecerme en el columpio hasta llegar a la luna.

Rauda va hasta un árbol situado a unos cincuenta metros donde él, hace mucho tiempo tomó un caucho de la camioneta y con una soga lo amarró, para que los nietos en sus visitas lo disfrutasen.

Calcula unos veinte minutos y se prepara para los reproches de su hija ante la acción de la pequeña.

-Papá te he dicho miles de veces que no dejes que la niña vaya sola hasta el columpio, se puede caer y hacer un daño.

Con paso apresurado va hasta el lugar y la pequeña al verla se baja del artefacto y corre, mientras su mamá le grita.

-Detente porque te voy a castigar.

Como si fuera un juego ella se ríe y sigue esquivándola, hasta que se pierden de su vista.

Mientras el frio del casi anochecer le llega al rostro, su hijo mayor sale también y le dice.

-Voy a llevar hasta el corral a las ovejas.

Minutos después el esposo de su hija, el padre de Karina le pregunta si sabe dónde está su hija y esposa.

Le responde y a los pocos minutos, con la parsimonia que los más de sesenta años le confieren se levanta y va hasta el interior de la vivienda.

Ya adentro va hasta la cocina, todavía quedan restos del pan que le trajo su hijo mayor, así como un trozo de queso y mantequilla.

Mientras con manos temblorosas lo prepara con voz de reproche, desde la silla del otro lado de la mesa del comedor, su esposa le dice.

-No te alimentas bien desde que estoy lisiada, por eso cada día estás empeorando.

La mira con amor y una lagrima le corre por la mejilla.

Aun le duele el haberla perdido, el cáncer se la llevó hace ya cinco años.

Igual su hija con la nieta y el esposo fallecieron hace quince años en un accidente automovilístico, y su hijo menor, quien le ayudaba con las labores en la casa de campo tuvo una muerte repentina cuando el apéndice se le explotó.

Su vecino Aurelio los dejó hace mucho tiempo, la tristeza por la muerte de su esposa lo mató.

Vive acompañado de fantasmas y no está seguro de ser uno más de ellos, tampoco si estos le acompañan o esperan que se una a sus estados etéreos.

Tiene ya dos años en esa rutina, mañana vendrá de nuevo su hijo mayor a tratar de convencerlo que abandone esa casa, pero allí es feliz y no se irá ni siquiera cuando también muera.