Nací en el Estado Yaracuy, en centro occidente de Venezuela. El Estado Yaracuy tiene una “Zona Negra”, que son son tres municipios aledaños, donde, esclavos que huían de sus amos se agruparon como pueblo en la época de la colonia española. Desde muy niño entre en contacto con expresiones y manifestaciones culturales típicas de esa región.

Muchos de esto esclavos, eran de origen africano, literalmente atrapados y traídos a servir a blancos y criollos. Obligados a vivir bajo costumbres que los sometían y consideraban como seres de segunda.

Peros estas personas, traían consigo sus ansias de libertad, sus culturas y religiones, al tener en el Estado Yaracuy un territorio, que hicieron propio, sus manifestaciones culturales se fueron mezclando con las que trataban de imponer los “amos”.

Más o menos de esta manera, surge una celebración que asentada en las fiestas del solsticio de verano (24 de junio), a ritmos de tambores, fogatas, bailes grupales y bebidas espirituosas, nos lleva a disfrutar de esa esencia de libertad humana, que se lleva en la sangre, transmitida desde nuestros ancestros.

A celebrar nuestra humanidad-animal, que disfruta hasta el éxtasis, apasionadamente, a entrar en el trance inducido por los sonidos rítmicos de la madera hueca, donde se mezclan olores a sudor, a alimentos a perfumes, a incienso, a dejar en libertad a “la carne”, para que se haga una con la tribu, a todas esas personas que llegan en la noche, llamados por los ecos de los tambores a celebrar la noche de San Juan Bautista.

Donde mujeres y hombres haciendo un circulo alrededor de fogatas y rodeados por círculos de tambores bailamos con ritmos y pasos que recuerdan la apasionada unión de un hombre y una mujer con sangre es sus venas, vivas.