La muerte no debe ser un juego (Relato)
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Desde pequeño, me fascinaba interpretar a un cadáver. Perfeccioné el arte de simular la muerte con tanto esmero, que incluso logré engañar a mi propia familia en más de una ocasión.
Recuerdo cuando mi madre entró a mi habitación y me encontró tendido, inmóvil, con los ojos abiertos y una expresión gélida. Su grito de espanto fue música para mis oídos.
Con el tiempo, busqué rincones apartados para practicar mi tétrica actuación sin ser molestado. Una vieja habitación en el desván se convirtió en mi privado escenario mortuorio.
Allí me sumergía en un estado de quietud absoluta durante horas, dejando transcurrir el tiempo como si en verdad hubiera abandonado este mundo.
Un día, mientras representaba mi última función, un tío lejano me descubrió por accidente. En vez de horrorizarse, se alegró al verme "muerto". Resultó que había estado enamorado de mi madre desde joven y esperaba que mi supuesto fallecimiento la dejara libre para estar con él.
Indignado por tal perversidad, decidí llevar mi enfermiza afición al extremo. Me entrené para ralentizar mis signos vitales a niveles casi imperceptibles. Mi corazón parecía detenerse y mi temperatura corporal descendía a la de un auténtico cadáver. Era tal mi inmovilidad, que en ocasiones realmente creía haber muerto.
Los años pasaron y mi dedicación llegó a niveles insospechados. Hasta que un fatídico día, mientras viajaba en un camión, un comando armado nos emboscó sin piedad. Abrieron fuego contra los pasajeros y solo pude reaccionar haciendo lo que mejor sabía hacer: fingir mi propia muerte.
Tieso e inerte entre los verdaderos cadáveres, fui apilado como uno más. Permití que mi cuerpo se enfriara y adquiriera el rictus tremendo de los fallecidos. Soporté la pestilencia de la muerte mientras era arrastrado hacia una fosa clandestina en la sierra.
Enterrado con vida, contuve la respiración lo más que pude. Al amanecer, cuando emergí de entre los muertos, el último centinela huyó horrorizado ante lo que creyó un milagro macabro.
Había sobrevivido a una auténtica masacre gracias a mi grotesca habilidad. Aquella fue mi última y más escabrosa actuación antes de comprender que la muerte no debe ser un juego.
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