Una dama caminaba por las oscuras calles de Tokyo.

—“Nuevamente se me ha hecho tarde para llegar a casa, debo pedir que me paguen las horas extras” —pensó, la apresurada y temerosa mujer, mientras caminaba por la solitaria calle, sujetando su bolso contra su pecho, y sus tacones resonaban sobre el pavimento frió de esa noche de noviembre.

Al cruzar en una esquina, se empezó a sentir observada. Una sensación cosquilleante en la nuca, que le erizaba los vellos del cuerpo, aceleraba su respiración y disparaba su pulso.

Volteó a todos lados, pero no había nadie más que si misma por la solitaria calle en plena madrugada.

— “No seas tonta, Noemi. No hay nadie más” —pero su instinto, esa vocecilla en lo profundo de su consciencia le decía lo contrario.

¡Un estrepito la sobresalto!

Dio un grito y cubrió su rostro con el bolso. Pero al mirar sobre este, solo descubrió a un gato salir del callejón no más allá que a un metro de ella. Y como el basurero público estaba contra el suelo.

— Ah… es solo un gato — suspira poniendo su mano contra su pecho, mientras el animal se erizaba y gruñía en su dirección, escapando después.

El alivio fue colosal. Se rió de su tonta forma de actuar, y continúo su caminar.

Pero su hombro derecho fue sujetado.

Ella se quedó quieta, desviando su rostro ligeramente en esa dirección. Una mano sangrienta estaba allí, sobre su anteriormente inmaculada blusa.

Atinó a voltear, y su rostro se desfiguro de terror.

Su grito no pudo ser escuchado por nadie.

—A la mañana siguiente—