"Una imagen, una historia" /Un brindis por el reencuentro de la amistad eterna/Por @gemamedina
La mesa de madera de roble estaba impecablemente ordenada y puesta. Los platos relucientes de porcelana blanca Boch Royal, la cubertería de plata Russel Hoobs, que se usaba solo para ocasiones especiales, así como el fino juego de vasos y copas de cristal de Bohemia, tan cuidadosamente limpios y brillantes, dejaban entrever desde ya que la cena de esa noche fresca y estrellada, sería un completo evento digno de rememoración por unos cuantos largos años.
Todo estaba en su justo lugar, aguardando que los invitados especiales, tan queridos como esperados, hicieran acto de presencia, como se había pautado desde hacía algunas semanas, a las nueve de la noche.
En el recinto se respiraba una atmósfera de belleza, armonía y tranquilidad creada no solo por la buena y elegante disposición del mobiliario, de los estantes, de la moderada luz de las lámparas, sino también (y en gran medida) por los tibios destellos de las llamas de las velas que lucían, quietas, su luminosidad en el candelabro. El discreto olor a cera derretida que emanaba de las velas en la medida en que se consumían, aunado a la fragancia de las rosas blancas, amarillas y rojas que adornaban la habitación, daban un toque íntimo y acogedor al lugar.
Ya todo estaba listo y dispuesto en la casa para recibir a los invitados. Lucrecia y Alfonso, trajeados con suma sencillez y estilo a la vez, se dispusieron a oír un poco de aquella música que solían bailar y cantar en sus años mozos, cuando eran solo unos estudiantes irreverentes, en compañía de José Luis e Isabel, con los que compartirían en pocos minutos, la cena, el vino tinto y rosé prestos para ser degustados sobre la mesa.
La alegría de volver a ver a sus amigos después de tanto tiempo separados por la distancia que imponen otros continentes, los hizo regresar a épocas pasadas y volver a sentir la dicha que da poder estrechar lazos de la amistad que se ha alojado por siempre en las almas de los que supieron crecer unidos, en la bonanza algunas veces, y otras en la adversidad, según los dictámenes de la vida.
Lucrecia, Alfonso, José Luis e Isabel fueron amigos inseparables por décadas. Juntos construyeron castillos de sueños e ilusiones. En la complicidad que otorga la juventud pasaron innumerables momentos de felicidad al irse los cuatro de vacaciones al campo, a la montaña o a la playa. No hacía falta mucho: un buen morral cargado con lo necesario, un poco de dinero en los bolsillos, un sitio donde pernoctar. Lo demás corría por cuenta del buen humor y de las ganas de conocer el país y sus gentes, de adentrarse en las costumbres de los lugares, fuera el llano, las orillas del mar o las frías montañas andinas.
Cualquier ocasión era buena para salir a divertirse hasta que llegaron las responsabilidades que impone el tiempo, la madurez y la existencia. Cada pareja hizo su vida, tuvo sus hijos, adquirió compromisos económicos y laborales serios. Había que dejar de soñar un rato para comprar una casa, un carro, amar, dedicarse y educar a los hijos. Así pasó el tiempo. Hasta que llegó el momento en que José Luis e Isabel optaron por otros rumbos para vivir, para establecerse definitivamente lejos de la ciudad que los había reunido en su juventud.
Sin embargo, eso no hizo mella en el amor que los amigos se profesaron. Ya más entrados en años, el destino diseñó su propio reencuentro. Y finalmente, esa noche, fresca y estrellada, a las nueve, después de muchas temporadas alejados, las dos parejas podrán abrazarse de nuevo, estrechar las manos, besar sus mejillas, contarse todas las aventuras, dichas y penas que se han manifestado en el camino para seguir cultivando la amistad que por tantos años los han hecho ser los amigos eternos que han sido, son y serán a pesar de la lejanía que a veces impone la distancia.
Invito a participar en esta amena actividad a @raqueluchap77 @meivys
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