Una imagen una historia: "La sirena de mi infancia"

Ya mi madre murió, pero recuerdo como si hubiese ocurrido ayer mi genial aventura en el mar y las palabras que le dije para que se quedara anonadada. Los psicólogos señalaron después, cuando yo les insistí una y otra vez que los hechos sucedieron tal como yo se los contaba, que mi mente había desarrollado con ese relato un mecanismo de defensa para bloquear, quizás, los terribles instantes que había pasado tan cerca de la muerte; y debieron recomendarles a mis padres que no mencionaran más aquel episodio porque ese viaje a la playa nunca volvió a relucir en las conversaciones familiares.

Una de las tres niñas que se encuentran en esa antigua imagen que conseguí, por casualidad, entre los libros de mi papá, soy yo, la del medio, la más pequeña; Elvira, la que está a la izquierda, es mi hermana mayor y la otra es Catalina, quien fue siempre la más mimada porque se la pasaba enferma. La fotografía la tomó mi mamá, mientras practicaba con una nueva cámara que había comprado por esos días de vacaciones escolares; más de una vez la escuchamos decir que ella se había graduado de fotógrafa en el Instituto Internacional de Bellas Artes y que por eso sus imágenes eran impecables.

Fue después de que nuestra madre dejó perseguirnos con su cámara que yo me quedé por un instante sola en la orilla del mar y una ola gigantesca, que apareció de repente, me arrastró con insospechada fuerza hacia las profundidades. Mi padre, según supe unas horas más tarde, se lanzó de inmediato a rescatarme y se sumergió desesperado a registrar palmo a palmo el fondo de esa playa, pero nunca me encontró. Casi dos horas, decían mi mamá y mis hermanas, se dedicaron todos a buscarme, aturdidos por una angustia desbocada, hasta que se retiraron a llorar desconsolados ante la sospecha de que el mar me había absorbido para siempre. Así los encontré cuando la sirena que me tomó en sus brazos y me paseó rápidamente por las majestuosas grutas donde habita su especie me devolvió a un sitio seguro en la arena de la playa.

Después de la alegría inicial por verme sana y salva caminando hacia ellos, vino la confusión. Todos me registraban para encontrar los golpes y los rasguños que pude sufrir debido a la impetuosa furia de la ola, pero en mi cuerpo no había ninguna marca ni herida que debiera atenderse; lo único extraño era una pequeña guirnalda en el cuello confeccionada con algas de colores y conchas relucientes. Ninguno dejó de mirarme con preocupante extrañeza en un principio y luego con recatada indulgencia cuando les relaté que una hermosa sirena de cola plateada y piel brillante me protegió mientras estuve dentro del mar, además me mostró las espectaculares moradas que han construido para vivir felices y finalmente me trajo a la orilla para dejarme cerca de donde estaban ellos.

Mi madre, probablemente con el propósito de seguirme la corriente para así evitar más confusiones en mi mente, preguntó con un ingenuo tono de voz: ¿Y esa sirena te dijo algo? Lo único que me pidió, le contesté, fue que recordara siempre estas palabras: Debes ser brillante como el sol, persistente como la ola e infinita como el mar para que tu verdad sea escuchada. Y mi adorada progenitora se quedó estupefacta porque aquellas no eran las expresiones que debían provenir de una niña con cuatro años de edad...

Desde los once o doce años, de todas maneras, dejé de contar esta historia para evitar que los demás me quedasen viendo con esa incrédula extrañeza que me incomodaba o para no escuchar los comentarios sobre mi desatada imaginación. Hoy vuelvo a relatar esta experiencia porque, a estas alturas de la vida, me da igual lo que otros piensen de mí.

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