Al buen entendedor pocas palabras bastan

Cual serendipia Victoria encontró aquella flor. Era la aurora de un domingo de abril, parecía un día etéreo, sutil, cálido. De repente un melifluo se dejo escuchar, al parecer provenía de un pájaro que cual ángel dejaba rasgar sus sonidos efímeros. Ya se observaba el arrebol en el horizonte y pronto llegaría la incandescencia del sol matutino. Apuraba el paso, mas se detuvo al ver la iridiscencia que hacia el agua del estanque. Allí vio reflejado su rostro.

Quedó por unos segundos extasiada en su propia figura, de repente a su lado apareció la estampa esperada…Víctor, al mirarlo se ponía en efervescencia su sangre juvenil, la elocuencia del joven le permitía olvidar el poco tiempo del cual disponía. Tenía por él un sentimiento inefable, indescriptible para ella, era poseedor de una luminenscia solo comprendida por sí misma. Vivía su limerencia completamente esa mañana. Le extendió la mano con la flor inmarcesible encontrada por ella. Él la tomo la llevo hasta su boca le dio un beso y se la devolvió.

Solo 5 minutos cada mañana, durante dos años consecutivos. Mas esa mañana sucedió una epifanía, Victoria le dijo: ! Huyamos ¡Víctor subió su mirada el cielo y contemplo el celaje, segundos después volvía su mirada a ella y justo cuando se disponía a responderle un preticor y las campanadas de la iglesia le hicieron detenerse. Marchó rápidamente del lugar pensando en su sempiterno deber para con el mundo…Victoria se quedó mirando como el presbítero Víctor entraba una vez más a su iglesia parroquial a dar la misa mañanera…y la flor cayó al suelo.