AIMÉ CÉSAIRE Y SU RETORNO AL PAÍS NATAL (RESEÑA)
AIMÉ CÉSAIRE Y SU RETORNO AL PAÍS NATAL
Menuda gracia ver a este ser de las Antillas buscando nuestra ciudad de
agua lacustre, para instalarse en la música, cerca de los aún existentes
palafitos a través de las que espiamos, a las mujeres bañándose al sol
con sus faldas raídas que las transparentan.
Santa Rosa de agua la llamamos, “vale más que los cocoteros y el
pescado de mi isla, por las parrandas constantes que estallan como
los girasoles de Van Gohg”. En pocas palabras, su negritud era el
calor que lo desbordaba en las puertas de otros reinos.
Si leo a Aimé Césaire siento que estoy orbitando en un mundo que me
pertenece. Mi madre originaria de una ciudad famosa en la conquista
por ser depósito de esclavos, lleva agua en las tinajas tan cercanas a
su sed.
Aimé Césaire de la melancolía, o de la cólera que encuentra su cauce en
el poema como una crónica de la trascendencia. Viajar para vivir o
redescubrir el espacio de sus ancestros. Estudiar para afinar el espíritu
de las revelaciones. Lo hizo Montaigne en su tiempo, lo hizo Sor Juana
en su biblioteca, buscando el primero, las huellas de un caballo, y la
segunda, en la naturaleza, un nuevo libro que se le abriera:
“Mi corazón resonaba de enfáticas generosidades. Partir…llegaría
joven y llano, a este país y le diría a este país que es mío y cuyo limo
forma parte de mi carne”.
Santa Rosa de agua, venir de tan lejos a bailar, a amar, una aguda
certeza. Al paisaje lo trasciende la alegría. Es quizás bello por la
suciedad. ¿Retornar para vivir o tener conciencia de la muerte que te
abruma de conquista? Las cosas ocurren de algún modo impregnadas
del azar. Es necesario el aletear de las mariposas, si abres tus
interrogaciones más allá del hacer dulces alusivos a la muerte.
La conciencia poética, la más dolorosa, porque se plasma en la
metáfora, en la belleza, en las selvas sin árboles de las que habló
Vladimir Holan, en el acto de creación que retuerce los fundamentos
del conocimiento: “Todavía una sola por favor una sola, no tengo
derecho a calcular la vida por la medida de mi palmo fuliginoso,
de reducirme a esta nada elipsoidal que tiembla a cuatro dedos por
encima de la línea, yo hombre que así trastorno la creación que me
comprende entre latitud y longitud”.
Y esto da para liberarte únicamente a ti, para acceder a este abismo
encantador del que no hay regreso. En este sentido Aimé Césaire
es un triunfo de la derrota. El poeta lo sabía, de allí su declinación
a la política. Lo sabían los copistas de tinta roja y negra de la región
más transparente. Pero antes del anclaje, el vuelo, la mirada de una
nube preñada de utopías, que yace aquí rozando la tierra, a pesar de
los años de sufrimientos, de desarraigos, que hace que regrese por
invocación del poema “el tiempo prometido | el pájaro que sabía mi
nombre | y la mujer que tenía mil nombres | de fuente de sol
de lágrimas | y sus cabellos de alevino | y sus pasos mis climas | y sus
ojos mis estaciones | y los días sin máculas | y las noches sin ofensas
| y las estrellas de confidencia | y el viento de convivencia”.
Aimé Césaire es la historia reconstruida de un país natal, a través de
la magia y el conjuro de la palabra, desde la rebeldía y las revelaciones.
Paris es un tránsito para él, Como lo fue New York para García Lorca,
en esto de descubrir el poder del lenguaje y su lógica perversa y
fascinante, de lo que llamaría la historia literaria “El movimiento
surrealista”. ¿Salir para sentarse a ver el río, el cauce de su fuerza
que abre un arco maravilloso? ¡No! Salir para reencontrarse con una
memoria que no te deja de decir, estos son tus muertos familiares,
este es el mismo color, el mismo aroma: “Apalear a un negro-es
alimentarlo”.
Aimé Césaire es exorcismo, es revolución (lo que no significa
victoria), es conciencia plena de la poesía que vence a la muerte;
porque la poesía es vida, es belleza que se expresa en lo inesperado:
“¡Qué galopar! ¡Qué sincero orinar! ¡Qué estiércol maravilloso!”
Dejemos a Francisco de Asís la gloria de alimentar las blancas
palomas. Dejemos a Europa su historia sagrada de pensamientos
y conquistas (“No sentimos en las axilas la picazón de los que antaño
portaban la lanza).
Nuestra América está plagada de cosas que a muchos les parecerán
inverosímiles, “hechiceros bastante concienzudos siendo el único
record indiscutible que hemos batido en de la conciencia de soportar
el látigo”. Retornar al país natal para encontrarse con la misma sombra,
el mismo impulso de la historia de siglos de explotación y tristeza de la
negritud antillana marcada como propiedad bajo la aceptación casi
religiosa de su destino: “Y en este país vivir en calma, tranquilo, diciendo
que el espíritu de Dios estaba en sus actas”. ¿Nos sorprende que a un
negro se le escupa en la cara en pleno corazón de Manhattan y su
respuesta sea un toque de violín, un exorcismo de una palabra
hechizante? La historia es la misma en un tranvía de cualquier lugar,
y la respuesta la misma a la de las cuerdas de un violín, o de una poesía
que cambia de plano y roza tímidamente la moral.
La poesía es libertad, es la belleza de Dios, de Yemanya o de los delfines.
Por eso al final priva el encantamiento, o algo más poderoso la
iluminación: ¿Más que extraño orgullo súbitamente nos ilumina? | Viene
el colibrí | viene el gavilán | viene la fractura del horizonte | viene el
cinocéfalo | viene el portador del mundo | viene una insurrección perlera
de delfines | rompiendo la caracola del mar | viene un buceo de islas
| viene la desaparición de los días de carne| muerta la cal viva de los
rapaces | vienen los ovarios de agua en que el futuro | agita su cabezuela
| vienen los lobos que ramonean en los orificios salvajes | del cuerpo a la
hora en queel albergue eclíptico | se encuentran mi luna y tu sol”. Leamos
“Cuaderno de un retorno al país natal”, cerremos los ojos, transitemos su
fluir, “su mapa de la primavera”.
La poesía es más real porque es “la exaltación reconciliada del antílope
y la estrella”, es iniciación, es silencio y compromiso con la vida, grito no
de odio sino de canto por los desheredados de su tierra, de su hambre
que es expresión de todas las hambres. “Para todos trabaja la tierra”
nos dice el poeta en una bella línea que suena a proclama; y el agua lo
llevará a la misma espera de esperanza, al retorno de una geografía que
limita “no con los colores arbitrarios de los sabios, más según la
geometría de mi sangre derramada”.
Retorno a la intimidad de los dioses familiares que esperan una nueva
reconciliación del cielo y la tierra, y el rescate del paraíso que es
expresión de la belleza por ser el monopolio de todas las razas.
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agradecido por su interés