ANÍBAL


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Fuente

Era puro e inofensivo, un coro de voces le saludaba a viva voz; arrastraba su figura con ojos fijos en el pavimento contestando con un grito desde su silencio. Acompañaba a los muertos a su morada, lloraba a los difuntos con nostalgia, se acomodaba entre la gente tras el ataúd y lloraba mientras la urna entraba a la fosa, despedía al difunto y regresaba a la villa pueblerina.

No hacia distingos a la hora de la muerte, diseño o color del féretro, clase social, religión o costumbres del finado...solamente lo acompañaba y despedía en su último viaje.

Un día acompañó el cortejo de un niño y lloró con mucho dolor, se quedó hasta que nadie había en la tumba...desde ese momento ya no acompañó más a los muertos, no lo vieron más en el cementerio, la gente lo extrañaba, sepultureros y lloronas de oficio no lo vieron más.

Ese Día de Difuntos una urna blanca llegó al cementerio cargada por unos ángeles que con sus alas desplegadas la elevaron a las alturas a pleno sol...Anibal transitó las nubes para acompañar a sus muertos en su paso a otro plano y a organizar el ingreso de las almas que Dios escogía para su descanso en su eterna compañía

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