Los soldados lloran de noche...
El soldado continuó su marcha con su carga en los brazos. Observó que sobre la tenue niebla oculta por los árboles, las figuras espectrales de las ramas se destacaban como si fueran fantasmas al acecho y sedientos de vida. Veinte años fueron suficientes para que esa próspera ciudad perdiera a toda su gente y se convirtiera en un esqueleto de piedra. Las casas y edificios, erigidos en los buenos tiempos, ahora estaban abandonados y se derretían lentamente en el polvo. Con cada tropiezo, el soldado agarraba más fuerte al niño que a cada instante se hacía más liviano, como si la sangre y la vida se les escaparan por el agujero de su pecho. "Aguanta un poco más, pequeño amigo, no es hora de morir. Mañana comparé un juguete para que juegues", dijo el soldado susurrándole en el oído al niño.
Y el soldado siguió hablando con el niño:
_¿Sabes? tengo tres hijos. Todos ellos crecidos, más grandes que tú. Tengo una casa con un gran patio, también tengo un perro. ¿Sabes? -Mis hijos se fueron a otro país, con su madre. Dijeron que este país era un país de gente rota y que si se quedaban, lo que harían sería recoger los pedazos de la gente y del país y unirlos, pegarlos para que pudieran existir. ¿Y sabes qué es lo más difícil del mundo? Hacer que algo funcione después de que se rompa, se haga añicos. Ahora estoy solo, apenas voy a la casa y tampoco voy a ver al perro. Creo que voy a verlo mañana. Si quieres, puedes venir conmigo. Estoy seguro de que el perro se alegrará de ver a un niño en la casa.
El soldado era la ruinosa imagen de lo que debería haber sido el monumento de un hombre, pero ahora sólo era la miseria humana expuesta al abandono: su piel agrietada y flácida, amarillenta, con barba durante muchos días, ojos rojos y oscuros, un cuerpo inclinado y encorvado. Pero fue la forma en que llevó al niño en sus brazos lo que causó el mayor asombro. Nunca hubo en el rostro de un hombre tanta tristeza, tanta preocupación, lástima y orfandad. El indefenso soldado miraba al niño cada segundo sintiendo que la muerte venía por él. Por eso caminaba rápido, o al menos eso es lo que quería. Pero en un instante miró al frente y luego bajo su cabeza, el niño tomó su último aliento. En medio de la nada, el soldado sacudió al niño, lo sacudió, lo sostuvo en el aire por un momento, pero nada. El cuerpo sin signos vitales parecía una pluma de ángel.
El soldado continuó caminando en medio de la noche. Después de tantas batallas en el pasado, con esta última sintió que sus piernas eran débiles; sus ojos se nublaron y algo parecido a una piedra le golpeó en el pecho. Tragó y sintió algo cerca de su garganta. Pensó que todo el viaje había sido inútil para el niño, no para él, porque por primera vez se sentía viejo y derrotado. Una llovizna comenzó a caer y abundantes lágrimas salieron de los ojos del hombre que metió su cara en el pelo mojado del niño. Así fue durante mucho tiempo, el niño y el hombre fueron una sola sombra. Después de un tiempo continuó avanzando.
A la mañana siguiente, el soldado llegó al cementerio abandonado con el niño aún en sus brazos:
_Llegamos, te dije que te traería. Aquí estarás con tu familia y también con mi perro. Te dije que mi casa tenía un gran patio. No te preocupes, me quedaré contigo. Yo te cuidaré. Tuve algunos hijos, pero se fueron. Dicen que aquí todo está destruido. Y yo creo que sí, porque ahora mismo siento que me faltan las piernas y que desde anoche perdí el corazón.
El soldado entró en el cementerio y dicen que desde ese día más nunca salió de allí.
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