Novato | relato corto |

in GEMS5 years ago (edited)

Novato

 

    Descansaba los ojos sentado en el asiento del copiloto, al mismo tiempo qie pensaba en lo agotador que había sido la semana y lo larga que estaba pareciéndole aquella noche. «un día más, Jorge... un día más y habrás terminado tu primera semana —se dijo a sus adentros para tranquilizarce —. La siguiente semana será más fácil de sobrellevar y todas las demás serán más fáciles aún» . En ese instante escuchó un sonido difuso, una mujer repetía algo, a veces la voz se entrecortaba y luego repetía las mismas palabras, algo sobre un reporte y que necesitaban a alguien en algún lugar. Ese ruido estaba dentro del vehículo. Un golpe en la delantera de la patrulla le hizo reaccionar.

    —¡Vamos, novato! —exclamó Raúl, su compañero —. ¿No estás escuchando la radio? Nos necesitan en San Julián. Es la siguiente calle. Situación de rehenes.

    «¿Rehenes? —hasta ese momento solo estuvo presente en una detención, que de por sí efectuó Raúl, eso y noches en vela que habían acabado con sus fuerzas —. Esto puede ser emocionante». La sola idea de tener algo de acción real empezaba a gustarle.

    Llegaron al lugar, dos oficiales más los esperaban. Uno de ellos sostenía un megáfono, el otro apuntaba al un hombre que posaba un revolver sobre la sien de una señora. La rehén era una mujer entrada en los 40 años. Su cabello rubio, casi blanco, permitía ver muy bien la sangre que manaba y le bajaba hasta el cuello y los hombros, el terror se veía reflejado en sus ojos verdes; Jorge asemejó aquella mirada a la de un gatito asustado, resignado al miedo.

    —¿Solo vienen ustedes dos? —preguntó el policía con el megáfono a Raúl.

    —Estábamos en la calle contigua, Mario —respondió él, que conocía al funcionario; clavó la mirada fija en el victimario —. ¿Cuál es la situación?

    Jorge se acercó a apoyar al policía que apuntaba al criminal. Escuchaba atentamente lo que hablaban su compañero y el del megáfono, al mismo tiempo que observaba el escenario. Oyó decir que el captor se llamaba Carlos Merentes, un exmilitar de 45 años. Desde que desertó de la academia lució un prontuario bastante largo, en el cual lo más reciente eran múltiples denuncias por violencia doméstica. Sonreía y balbuceaba comentarios inaudibles, al tiempo que presionaba el arma contra el cráneo de la mujer, su esposa.

    —¡Más pacos! ¡Maravilloso! JAJAJAJA —exclamó Merentes, desquiciado. Escupió en el suelo y siguió riendo.

    —Carlos... ¡Carlos! —pronunció una voz en el megáfono, Jorge volteó y vio que era Raúl quien hablaba —. Quiero ayudarte, Carlos. Pronto llegarán los refuerzos, vendrán los de Operaciones Especiales y entonces no podré ayudarte —aseguró, intentándolo hacer recapacitar —. Tenemos que buscar una solución ahora, para después será demasiado tarde.

    —Es que hay una solución —respondió Merentes. A pesar de la sonrisa, unas lágrimas se avistaban en sus ojos.

    —¿Cuál, Carlos?

    —Yo mato a mi señora y ustedes me matan a mí —al escuchar eso fue la mujer quien reventó en llanto. Jorge y el otro policía seguían apuntando.

    —Esa no es una solución, Carlos.

    —Sí lo es, JAJAJAJA —la risa resultaba cada vez más perturbadora.

    —No, Carlos, no lo es. Mira, podemos... —No recapacitó. Merentes presionó el gatillo.

    Sonó un disparo. Mario, el oficial que los había recibido en la escena, fue el primero en caer. Una explosión de sangre, que salió desde la parte trasera de su cabeza, bañó la patrulla más cercana. Luego el que estaba junto a Jorge recibió un impacto en el pecho. Se desplomó contra el suelo. «este bastardo es muy rápido».

    Jorge no lograba apuntar, el criminal se escondía detrás de la mujer, que gritaba, más aterrada que antes. «Maldita sea, maldita sea, maldita sea» repetía dentro de sí.

    —¡Novato, no dejes de apuntar a este hijo de perra! —exclamó Raúl, fúrico. En un momento dado se detuvo a la derecha de Jorge.

    —¿Qué pasa, pacos? Parece que no les enseñan a usar esas pistolitas suyas.

    —Atento, Jorge —siguió diciendo, Raúl.

    Acto seguido, Merentes presionó el gatillo nuevamente, esta vez contra su esposa. Un chorro de sangre voló a la derecha de la acera y el asesino quedó sin su escudo humano. Alzó el brazo para apuntar contra ellos y recibió cuatro impactos, sin embargo alcanzó a disparar de nuevo. Raúl cayó de rodillas, la bala le había dado en el vientre. Murió en camino al hospital. Jorge solo pudo intentar detener el sangrado, en vano, antes de que llegasen los paramédicos.

    Desde aquel día nada fue igual para él. Las noches largas no lo fueron más y nunca volvió a sentirse cansado.


Imagen original de pixabay | geralt

   

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