NI ERA VACA NI ERA CABALLO ( Ilustraciones de Monika Doppert de la edición de Ekaré)

in lacasadelturron2 years ago (edited)

DE UN CUENTO MARAVILLOSO

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Leer libros a mis hijos, a su temprana edad, fue una experiencia

inolvidable, y estoy convencido que ha sido determinante en la

vida diaria e intelectual en sus forzados exilios. La lectura

a esa edad tiene el poder de las voces antiguas en su rica tradición oral.

Digamos, el poder de una Ugogo en las planicies africanas que,

convoca a los niños a la caída del sol y donde la naturaleza y sus

elementos mágicos, presentan un mundo de atrayente fantasía que

ella evoca de sus labios.


Uno de los libros que más recuerdo por su poder evocador de la

tierra Guajira, es el de Miguel Ángel Jusayú: “Ni era vaca ni era

caballo”. Tuve el placer de conocer a este personaje, un ciego

universal, quien recibió el Doctorado Honoris Causa de nuestra

insigne casa de estudios “La Universidad del Zulia” por su inmortal

obra que, rescata las leyendas y tradiciones de los wayuu,

siendo esta una de las comunidades indígenas en nuestro país

más pobladas y ricas en tradiciones ancestrales que han

permanecido gracias a la vigencia de su lengua el wuayunaiqui.

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A través de un niño pastor, nos plasma ese mundo árido y

desértico de la Guajira Venezolana que, a muchos de nosotros nos ha

atraído por ser el universo de los vientos alisios, al que hemos sentido

como los dioses presentes en un canto. Así en la voz de un niño nos

habla de sus costumbres: “Me desayunaba con mazamorra y leche

hervida y me marchaba al campo, llevándome las ovejas cuando

apenas amanecía. Las ovejas me animaban y me daba menos miedo

encontrarme con el zorro, con el búho, con el oso hormiguero y con

el diablo. Con ellas nos sentíamos como si fuéramos mucho”. La

última expresión certifica la calidad literaria que exhibe la prosa

de Ángel Jusayú. Así la voz de un niño nos habla de la tierra

pedregosa, bordeada del azul del mar, de arroyos que son para los

wayuu como las sonrisas y de allí la esperada interrogación “¿Qué

se puede esperar del campo?, pensaba. Sólo cujíes, dividivis,

cardones, tunas, machorros y oir hablar de los pájaros".

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Pero no todo es paisaje en esta hermosa obra de Ángel Jusayú.

Está presente el asombro, el descubrir los valores, los utensilios

que los alijunas (los extranjeros para los guajiros) van insertando en

su civilización milenaria. Así el niño ante las amenazas de su padre

por haber perdido una oveja, huye en busca del animal perdido

hasta la sabana de la Guajira, y se encuentra por primera vez con lo

que “No era vaca ni era caballo, ni era ventarrón, ni cabra. Era una

cosa totalmente desconocida. Tumbado en el suelo, vi pasar tal

cosa, jamás había visto cosa igual. No tenía patas. Tenía una cabeza

grande de color verde, un cuerpo grueso y pequeño, unas partes

negras por debajo y por delante y unos bultos por delante que podían

ser los ojos, en un lado de la cabeza, tenía unos huecos, como oídos,

y la parte posterior del cuerpo era muy grande. No tenía carne y se

le veían las costillas; el lomo era ancho, hueco sin carne. Era

sumamente veloz sin tener patas. Se deslizaba como si fuera

arrastrado pero no se veía el arrastrador”.

Tremenda forma de describir (desde la imaginación) a un pequeño

camión de estacas que, usan menudo los wayuu en su actividad

comercial.


El cuento finaliza cuando los padres tranquilizan al niño, al decirle

que su visión no es nada demoníaca, sino la de un auto usado para la

actividad comercial. Le dicen que su veloz movimiento se debe a la

gasolina que se le suministra, y su curiosidad que va más allá del canto

de los pájaros, hace que ensaye con el viejo burro de su abuela:


·"Pues bien, ya que ya nada me distraía, recogí cortezas y ramitas secas, y


encendí entonces la candela cerca del burro.Y coloqué la vasija que


contenía la gasolina encima de la esterilla del burro. Me hallaba parado,

retirado de él, le tenía miedo…“¡Que no me arrolle! Ahora con la


gasolina va a tener seguramente gran velocidad” –pensaba yo. En

cuanto se encendió la leña, cogí un tizón y se lo lancé a la vasija que


contenía la gasolina. Como eso no tarda, brotó la llamarada; las


llamaradas se extendían hacia arriba; por poco me alcanzan las

llamas, llegó la llama hasta muy cerca de mí.Yo me asusté mucho; creía

que se me venía derrumbado sobre mí el firmamento. Pues bien, pobre

Kuna, se retorcía allí en medio de las llamas. Del mismo susto grité. Pues

bien, salieron corriendo de la casa al oír el grito. Me estremecí lleno de

pavor al verlos venir,“ahora me matarán a causa del burro. Es mejor que

yo salga corriendo ahora mismo para evitar que me azoten” –me dije. Y

de una vez cogí un camino que se dirigía lejos, yo no estaba en mi juicio,

corría descalzo y sin ropa". El niño huye de su casa y se inserte

definitivamente en la vida de los alijunas, lo cual lo lleva a una pérdida

de sus valores ancestrales. En esencia es una obra que termina con un

eco melancólico, ya que el encuentros de dos civilizaciones, de dos

maneras de ver el mundo, hace que el niño exclame sentirse en las

cavernas al trastocársele sus valores de infancia.

Esta obra nos hizo venir en carcajadas que, todavía recuerdo de mis hijos

tan lejanos, y sólo una relectura de sus páginas, me reafirma la convicción

de su profundo valor antropológico y literario de un universo que todavía

tiene sus cultores entre nosotros, que nos hablan desde el lenguaje del

wayuu, en versos de uno de sus poetas;

“Después de esta tarde de llovizna

sobre tu piel blanquecina

hablaremos sobre el lenguaje del sol”

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