Una visita al Museo Diocesano de Palencia

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Anónimo siglo XV: Martirio de Santa Catalina
Anónimo siglo XV: Martirio de Santa Catalina

Palencia es otra de esas capitales españolas, que merece siempre la pena visitar, sobre todo, si en los planes del viajero figuran lo tradicional, lo arquitectónico, lo histórico y lo artístico como elementos indispensables con los que satisfacer no solo su sed de aventura y conocimiento, sino también agasajar al espíritu con las delicias de una fantasía, que lo crean o no, puede llegar a producirle lo que en el mundo de la Psicología se conoce como ‘el síndrome de Stendhal’.

Jan Van Hermessen: Tríptico de San Martín, siglo XVI
Jan Van Hermessen: Tríptico de San Martín, siglo XVI

En este viaje, precisamente por ese motivo, para no recargar de un solo vistazo lo que es un conjunto de enormes posibilidades de sobreexcitar los sentidos, pasaremos momentáneamente de largo por lugares de inestimable interés, como son la Calle Mayor -lugar, que ya en su momento centró el interés de grandes cineastas españoles, como José Antonio Bardén- y su maravillosa catedral -cuya histórica falta de visitantes hizo que hasta tiempos relativamente recientes, los propios palentinos se refirieran a ella como ‘la bella desconocida’- y nos centraremos en uno de los lugares más relevantes y sobresalientes de la capital: su Museo Diocesano.

Pedro Berruguete: Cristo Salvador del mundo, siglo XV
Pedro Berruguete: Cristo Salvador del mundo, siglo XV

Situado en el número 22 de su Calle Mayor Antigua, poco más o menos que a unos doscientos metros de distancia de la catedral, el Museo Diocesano ocupa las mediáticas dependencias del antiguo Palacio Episcopal, formidable proyecto arquitectónico ejecutado por el arquitecto J.A. Olaguibel y terminado a finales del siglo XVIII.

Anónimo: Santa María Reina, siglo XVI
Anónimo: Santa María Reina, siglo XVI

Como la mayoría de palacios de su estilo, independientemente de la época, el edificio de Olaguibel, de planta cuadrada, se cierne sobre un hermoso patio, que recuerda, comparativamente hablando, los diseños de los viejos claustros monasteriales románicos, destacándose varias plantas, en cuyas diferentes salas y habitaciones, se reparte uno de los más grandes tesoros del Arte Sacro español.

Anónimo Flamenco: Adoración de los Magos, siglo XVI
Anónimo Flamenco: Adoración de los Magos, siglo XVI

Hasta tal punto es así, que la contemplación de la infinidad de obras que allí se exhiben y que van desde la época visigoda hasta nuestros días, puede causar en el visitante tal exceso de información, para que éste salga, una o varias horas después, sufriendo el ya mencionado ‘síndrome de Stendhal’, sobre todo, si es apasionado del Arte.

Detalle de una de las salas. En primer término, a la izquierda, Santa Catalina
Detalle de una de las salas. En primer término, a la izquierda, Santa Catalina

Comenzará a experimentarlo, apenas entre en la primera de las diecisiete salas de exposición y ya en el primer vistazo, sienta, viendo los inconmensurables tesoros artísticos que pugnan por atraer su atención y seducir a sus sentidos, lo mismo que debió de sentir el audaz Aladino al pronunciar la frase mágica por excelencia, ‘Sésamo, ábrete’ y encontrarse a sus anchas con los incalculables tesoros de Alí Babá.

Taller de Francisco de Colonia: El llanto sobre el Cristo muerto, siglo XVI
Taller de Francisco de Colonia: El llanto sobre el Cristo muerto, siglo XVI

Seguramente, lo de menos, para el viajero amante del Arte en general, sea pensar, en esos momentos de éxtasis visual, en el valor crematístico de las obras que está a punto de saborear, quién sabe si con la gula de un niño que acaba de descubrir todo un mundo, sino en el incalculable valor espiritual que tiene frente a sí, sin importar si comparte o no la misma fe de unos artistas, que bien desde el anonimato o bien desde nombres bien conocidos y elevados a los altares del genio -Alonso y Pedro Berruguete, Felipe Vigarny, Alejo de Vahía, Francisco de Giralte, Jan Provost, Domingo de Amberes, Luis de Morales o Rafael Sanzio, por citar como referencia solo a unos pocos- porque en cada una de sus obras, dejaron también jirones de su propia alma.

Detalle de otra de las salas, con hermoso Cristo gótico del siglo XIV, al frente a la izquierda
Detalle de otra de las salas, con hermoso Cristo gótico del siglo XIV, al frente a la izquierda

Se entusiasmará con las maravillosas pilas románicas, con las numerosas y carismáticas imágenes Marianas -que le harán pensar, con cierta tristeza, en los lugares originales donde se veneraban y que tantas leyendas milagrosas produjeron entre las gentes sencillas- con las abundantes y generacionales Santa Ana Triples, con los numerosos cuadros y retablos, procedentes no sólo de las escuelas castellanas y palentinas más importantes del Medioevo, sino también de esos apasionantes artistas flamencos, cuya tendencia a la perfección, hizo de su Arte una de las mayores delicias del mundo.

Anónimo: Santa Eulalia (detalle), siglo XVIII
Anónimo: Santa Eulalia (detalle), siglo XVIII

Pero también, si es observador, verá detalles singulares que pondrán a prueba su suspicacia y en este sentido, si está atento a las fotografías y al vídeo que aquí se exponen, verá, quizás, más de uno, pero yo encarecidamente, sobre todo le pido que se fije en el magnífico Cristo gótico y anónimo del siglo XIV y piense, como pensé yo aquella calurosa tarde de septiembre, en su incomprensible cara de felicidad, después de la dolorosa expiación y allí, junto a él, le diga en confidencia: ‘Señor, cuando me llegue el momento, seguiré tu ejemplo y yo también me reiré de la Muerte’.

Maestro de Calzada: Retablo de las Santas Mártires, siglo XVI
Maestro de Calzada: Retablo de las Santas Mártires, siglo XVI

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AVISO: Tanto el texto, como las fotografías que lo acompañan, como el vídeo que lo ilustra, son de mi exclusiva propiedad intelectual y por lo tanto, están sujetos a mis Derechos de Autor.

Anónimo: Cristo gótico, siglo XIV
Anónimo: Cristo gótico, siglo XIV


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Ciertamente es un museo al que habría que dedicarle todo un día: tiene muchas cosas para ver!! Creo que sería como un ventilador: viendo de lado a lado. Y en cuanto a esa expresión del cristo, hay cierta serenidad, paz, como si estuviera dormido. Yo también quiero tener esa cara cuando me llegue la hora. Abrazos

Te aseguro que salí mareado de allí, pues primero me pasé por la catedral. En mi caso, el síndrome de Stendhal fue poco, claro, que luego procuré recuperarme con unos buenos vinitos, mientras veía la vida pasar en una terraza. Pequeños pero recomendables placeres. Abrazos

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