El enigma de la Virgen Blanca de Castro Urdiales
Arte y Espiritualidad, conceptos que llevan aparejada esa tendencia, tan humana, a dejarse seducir por el gran misterio que se deriva siempre de lo Incognoscible: de todo aquello que es demasiado grande o demasiado pequeño, quizás, para que lo podamos abarcar en toda su extensión.
Uno de los grandes misterios que encontrará en su camino el viajero que un día decida perderse por cualquiera de los cuatro puntos cardinales de España -país considerado como eminentemente Mariano desde la Alta Edad Media- no sea otro que la figura titular y de época, que se venera con fervor en cualquier emita, en cualquier iglesia, santuario, monasterio o catedral con el que sus pies se topen y decida, en consecuencia, visitar.
Partiendo de esta premisa, hoy quisiera invitarles a acompañarme de nuevo a una ciudad que duerme su sueño eterno, mecida por los en ocasiones violentos embites de ese mar de marcado carácter, que es el Cantábrico, y haciendo oídos sordos a su llamada, dejarnos llevar por el misterio y la belleza de su Patrona: la Virgen Blanca.
Dejando, pues, la belleza y la elegancia de Castro Urdiales, ciudad de referencia y uno de los principales puertos de la Cornisa Cantábrica durante la Edad Media, imaginemos que entramos en esa maravilla gótica, situada en lo más alto, a escasos metros del faro-castillo y nos dirigimos -obviando para otra ocasión, la magia de su fantástica arquitectura- hacia la magnánima capilla que ocupa el lugar central, justamente detrás de un maravilloso deambulatorio -con toda probabilidad, basado en el denominado Sepulchrum Domini, de Jerusalén- y contemplando esa maravillosa imagen gótica, coronada como una Reina y con el Infante cómodamente sentado en su pierna izquierda, pensemos, por un momento, en esa imaginaria partida de ajedrez mística, que metafóricamente hablando, podría considerarse que marcó dos momentos de espiritualidad Mariana muy determinados.
Uno, que abarcó, aproximadamente, hasta bien terciado el siglo XII y tenía como referencia la ferviente veneración hacia las controvertidas imágenes de las Vírgenes Negras y otro, que a partir de ese momento, no sólo puso mayor relevancia en la figura de la Virgen María, sino que además, la liberó de la hierática heterodoxia que marcaba a las anteriores, acercándola al lado más humano y entrañable de la Maternidad.
No cabe duda, por otra parte, de que los principales responsables de este mediático, podría decirse, ‘cambio de imagen’, fueron los cistercienses -aquella rama, que a partir de los siglos X-XI, se escindió de la todopoderosa Orden de Cluny, para poner en práctica la vida monacal en comunidad, bajo el lema de ‘ora et labora’, reza y trabaja- y su brazo armado, los caballeros templarios, cuya presencia solía estar frecuentemente conectada con ermitas y santuarios, generalmente situados en difícil acceso -como montes o montañas, en lugares, que por una curiosa circunstancia, denotaban la presencia de antiguos cultos paganos- bajo unas advocaciones precedentes, que sin embargo, estaban encaminadas a facilitar el tránsito: del Alba o de las Nieves.
No obstante de autor desconocido, aunque por sus características, se considera que éste debió de ser de origen franco, detalle que no sería realmente extraño, si tenemos en cuenta que como puerto, Castro Urdiales recibía embarcaciones de las relativamente cercanas costas francesas, la espectacular escultura de la Virgen Blanca de Castro Urdiales, fue casualmente descubierta -¿o podríamos pensar aquello de ‘redescubierta’?- a mediados de los años cincuenta del pasado siglo XX, escondida en un hastial de la iglesia, seguramente escondida en el infausto periodo comprendido entre 1936 y 1939, para evitar su destrucción, durante los terribles sucesos de la Guerra Civil.
Esculpida en un solo bloque de granito y con buena parte de su polícroma pigmentación original, no sólo constituye una de las más hermosas esculturas marianas de las muchas que todavía, afortunadamente, quedan en la Península Ibérica, sino que además, muestra, en los numerosos detalles -rostro, capa, pliegues del vestido, calzado y un largo etcétera- la gran habilidad del anónimo tallista, hasta el punto, de que su realismo -aunque todavía mantenga ciertos rasgos ciertamente hieráticos- es como un imán, que atrae, sin remisión, el interés de todo amante del Arte y de la Belleza.
AVISO: Tanto el texto, como las fotografías que lo acompañan, son de mi exclusiva propiedad intelectual y por lo tanto, están sujetos a mis Derechos de Autor.
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Me he detenido en algunos detalles, por ejemplo en el cuello, y me parece, como bien dices: prueba de la habilidad del artista!! Y que bueno que la mantengan y la cuiden. Abrazos
Leer el Arte, es saber fijarse precisamente en eso: en los detalles. Buena observadora. Abrazos
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