Historias, aprendizajes y reflexión #08/ El amor no se equivoca
Rosaura Silveira / F
Rosaura Silveira era la mujer más linda de nuestra calle. En la época de la adolescencia, a todos nos gustaba aquella muchacha de rostro angelical, de ojos grandes y una larga cabellera que le llegaba hasta la cintura. Vivía con su madre, la señora Elvira María, en una casa imponente que siempre estaba cerrada; su padre había fallecido hacía varios años, todos estábamos muy pequeños cuando Mauricio el portugués se fue de este mundo por causa de una rara enfermedad. Rosaura fue siempre la mejor estudiante en el colegio y sus magníficas calificaciones continuaron también en el bachillerato. Solo parecía tener tiempo para leer y realizar sus deberes, sin embargo, cuando había alguna celebración, como las navidades o la Semana Santa, ella se colocaba al frente de los preparativos y organizaba unos actos tan espectaculares como hermosos.
Unos cuantos de mis amigos, ya cuando eran unos jóvenes de 18 o 20 años, se acercaron a Rosaura con la firme intención de cortejarla, de entablar un serio romance que los condujera a una relación formal; pero ella supo alejarlos a todos con la eterna excusa de que todavía era muy joven para tener novio, que antes de dar un paso como ese debía estudiar y obtener una profesión que le permitiera valerse por sus propios medios. En más de una ocasión nos dijo, con fervorosa ilusión, que iría a la Universidad Central de Venezuela para estudiar psicología, la carrera de sus sueños; por eso cuando egresó del bachillerato, nadie dudó jamás que Rosaura se trasladaría a la ciudad capital con el propósito de convertirse en una eminente especialista de la conducta humana.
Fue en esos días, mientras esperaba que le saliera el cupo en la universidad para inscribirse, que vimos a Rosaura con un señor que, a simple vista, era mucho mayor que ella. Se bajaron de un espléndido Lamborghini y entraron a su casa. Algunos conjeturamos que podía ser un familiar suyo que vino del extranjero o algún amigo de su madre que estaba visitándolas, sin embargo, esa misma noche escuchamos a la señora Elvira María, con desesperada preocupación, contándoles a dos vecinas que su niña Rosaura estaba enamorada de un hombre que podía ser su abuelo.
Madre preocupada / F
Como suele suceder en estos casos, todos especulamos, basándonos en la diferencia de edad, que aquella joven que parecía tan juiciosa se dejó deslumbrar por el dinero, que a la vuelta de unos años estaría cuidando un anciano que ya no podría valerse por sí mismo, que no valía la pena una vida así ni siquiera por toda la riqueza del mundo y que pudiera ser también que ese hombre tan viejo solo quería estar por un tiempo con una jovencita para después abandonarla sin consideración alguna. Esos mismos argumentos, nos confesó después la mamá de Rosaura, se los reiteró ella una y otra vez, pero no le hizo caso: se marchó un día con aquel hombre porque, según dijo, era el amor de su vida, estaban hechos el uno para el otro.
Por más de cuatro años estuvieron viviendo juntos y felices, demostrándoles a todos los que dudaron de sus sentimientos que se amaban profundamente… Hasta que Rosaura enfermó, un agresivo cáncer de estómago la mantuvo en cama durante casi un año. Su esposo no se separó ni un instante de ella, mientras estuvo convaleciente; la cuidó con inmensa pasión y ternura hasta el último momento. Habían pasado solo dos meses de su deceso cuando él también falleció agobiado por la tristeza.
Esta historia nos enseña que el amor verdadero existe y no de detiene ante las diferencias que socialmente pueden ser cuestionables o parecer inadecuadas. Todos los que criticamos aquella relación quedamos como calumniadores ante el desarrollo de los hechos. Rosaura no tenía ningún interés material ni su esposo solo pretendía solazarse con una dama joven y bella para después abandonarla; y paradójicamente fue él quien tuvo que cuidar, durante los últimos momentos, a su esposa enferma y no al contrario, como lo supuso nuestra artera perspicacia. Todo ello nos demuestra que no debemos juzgar a priori a nuestros semejantes, que lo mejor es intentar comprender, sin malas intenciones, lo que está pasando.
