Siendo niña en la casa donde vivía en la Ciudad del Tigre; junto a mis primas, luego de cenar todos íbamos a dormir a la cama a las 8 de la noche, la brisa invadía la habitación.

Entre sueño y realidad al transcurrir la madrugada escuchaba los llantos de un ser extraño, eran un lamento desgarrador que irrumpía en la casa, exaltaba mi pecho, la respiración se cortaba y todos temblábamos de miedo, mi abuela nos decía, no presten atención, todo pasara.

Entre tanto, en la cama nos cubríamos con la sabana de pies a cabeza para no escuchar, una noche mi curiosidad sintió la necesidad de observar el patio y descubrir lo que realmente pasaba.

Y con mucha precaución para no despertar a mi abuela y miedo a la vez, con los cabellos erizados, salí de la cama, la brisa fría me congelaba la piel. Con mucha prudencia me dirigí hacia la ventana de madera, tomé con cuidado la manija de hierro para abrirla y así lo hice.

Mi sorpresa fue que al observar hacia la mata de guayaba ubicada cerca del paredón del vecino Vicente en la que cada mañana jugábamos, estaba elevada la imagen de un ser vestido con traje blanco, desgarrado y sucio muy largo que era movido con la brisa y exclamaba llantos tenebrosos, que producían terror, era espeluznante este espectro de otra dimensión.

Lo más impactante es que alrededor de este árbol se encontraban muchos gatos llorando con el mismo llanto del espectro desgarrador, ellos realizaban una danza de tristeza exaltada y dolor que podría erizar cualquier ser viviente alrededor del árbol, fue tanta mi impresión que de inmediato me fui corriendo a la cama junto mi abuela a rezar en silencio, los llantos no cesaban hasta que quede dormida.

Por la mañana le conté a mis primas y me dijeron que era un embrujo que tenía el señor vecino llamado Vicente, este era un señor muy serio de pocas palabras, que todos los niños de la calle le temíamos. Sin embargo, al comentar a mi abuela nos explicó que en la casa del vecino Vicente se ahorco una joven hermosa de cabello largo con las cabulleras de su hamaca que le gustaban los gatos y desde entonces ella sale por las noches a llorar.

Para finalizar cada vez que mi abuela nos mandaba a la bodega y debíamos pasar por la casa del señor Vicente ni siquiera queríamos pasar por la acera por miedo a la casa.

Quiero destacar que esta historia es real, la viví en mi infancia y la conté a ustedes hoy.