Tiempos buenos, buenos tiempos, para mirar hacia adentro y encontrarse con uno mismo. No uno, como ahora, si no como fue hace años, sin malicia, sin lastres que llevar a cuesta, con pureza y desenfado.

     A l realizar este viaje, me vi, con mi vestidito rojo de cuando tenía ocho años; con el flequillo y mi corte de niña bonita, que siempre lucí intacto y sin quejas. Me miré bonita, deseando tantas cosas, aprendiendo a trazar palabras, ideas y frases que solo yo entendía. Pienso que la escritura a mi corta edad fue un don del cielo para que pudiese plasmar con carboncillo, entre garabatos y pensamientos en formación, todo aquello que no se me permitía expresar a viva voz.

     Los adultos, según los miraba antes, tenían siempre una amenaza a flor de labio, frente todo aquel que pensara un poco diferente. Y yo, pues siempre disentí de todos, razón por la cual vivía metiéndome en problemas, fraguando travesuras, imaginando mundos mejores y plasmando pareidolias que miraba en el cielo, las cuales me llevaban a universos infinitos, que por existir en mi mente, me hacían pensar, que quizá, no en mi lugar, si no en otros, es posible que existieran.

     A esa niña, octoañera miré. Linda como una flor de cayena, la senté en mi regazo y recibí de ella un cuadernillo verde que siempre cargaba para todas partes. Estaba roto en muchos pedazos, alguien hizo este daño y lo dejó tirado. En su cara no había llanto, solo decepción. Así que la ayudé a armarlo de nuevo. Costó mucho leer cada pensamiento, tal como fue plasmado en un principio, pero lo logramos, aquel cuaderno quedó arreglado, lo mismo que su rostro infantil, volvió a ser como un claro de luna.

     Le pregunté: ¿qué escribes en tu cuadernillo? y con una sonrisa honesta, de esas que no esconden nada, me dijo:

• Que nunca a los niños le corrompan su niñez
• Que siempre encuentren en el camino defensores
• Que nunca pongan en tela de juicio sus palabras
• Que reine la esperanza de mirar mundos más bellos
• Que siempre estén a la mesa, no alimentos caros, ni vistosos, si no personas amadas, que contienen, que sostienen, que no abandonan
• Que se nos permita amar a quien queramos amar
• Que nunca se nos obligue a besar o estar con quien no queremos
• Que los niños seamos tomados en cuenta siempre
• Que no se nos mire como pequeños humanos, si no, como seres humanos

     Quedé impávida; tanto qué decir y enseñar al mundo. La miré y le dije: "Pequeña florecita, todos estos pensamientos los voy a trasmitir. Nunca más tu voz será callada. Cuidaré de ti, hasta que mi calendario cuente días. Es mi promesa, la cumpliré".

     Mi niña interior y yo, somos aliadas. Vive gritándome en medio de mi desorden todo lo que ambas anhelamos, no sea que se me llegue a olvidar. Nuestro deseo es cumplir cada ideal de nuestro ser, no importa si nos toma la vida en ello. Mejor hacer así, que vivir sin un propósito.

Infinitas gracias por este espacio.
Fue un hermoso ejercicio viajar al pasado
para recordar lo que mi niña interna deseó.
Me gustó darme cuenta que no ha cambiado mucho lo que anhelamos.

Se despide con amor,
Yrma
♥♥♥