Cacería de cumpleaños

 

    —¡Vamos Dominic, no la dejes escapar! —espetó Iván a su hijo, a quien había llevado de cacería para celebrar su cumpleaños.

    El chico, tratando de concentrarse en la presa a pesar de los regaños de su padre, apuntó y disparó. Le dio, pero la presa siguió huyendo tras el tiro.

    —Ah, demonios —masculló el hombre —. Bueh, al menos parece que le heriste, muchacho. Mira —dijo señalando las marcas rojas en la nieve —. Vamos, no llegará muy lejos.

    Ambos caminaron por el bosque nevado, siguiendo el rastro de sangre hasta una zona en la que se aglomeraban un montón de rocas. Eran perfectas para que la presa se escondiese entre ellas, según lo señaló Iván. Él y Dominic subieron hasta lo alto de una colina, para tener mejor visión del terreno en general.

    —¿Puedes verlo, hijo? —preguntó él, mientras observaba la roca grande manchada con sangre por un costado —. Apuesto a que está ahí detrás —comentó y continuó —: haremos esto, yo la asustaré para que salga y tú le dispararás, ¿bien? Solo un proyectil, ¿ok? Preferiblemente en la cabeza. No queremos que sufra más de la cuenta —terminó diciendo, guiñándole el ojo. Encendió un cigarro y bajó.

    Desde ahí Dominic vio a su padre acercarse a las rocas. Al estar a tres metros del punto señalado disparó al aire y pronunció algunas palabras que él no alcanzó a escuchar debido a la distancia. Ya tenía preparado su rifle, a la espera de que la presa saliera de entre las rocas.

    Y así fue. Corrió, claramente herida en el muslo, un par de metros. Dominic apuntó, esta vez no podía permitirse fallar, tenía que darle el tiro de gracia o decepcionaría a su padre. Respiró hondo y se concentró a tal punto que, por una milésima de segundo, el tiempo pareció detenerse hasta que apretó el gatillo. «¿Le di en la cabeza?» se preguntó en su mente. Notó que su padre hacía una expresión de victoria con los brazos desde la distancia, así que bajó a comprobar él mismo el resultado. La velocidad con la que descendió casi lo hace rodar por la colina, sin embargo recuperó el equilibrio y siguió corriendo hasta la presa.

    Sangre a borbotones, que era absorbida por el blanco manto, le emanaba desde la altura de clavícula. Seguía viva, tan viva como el miedo reflejado en sus ojos. «Es hermosa —pensó Dominic antes apuntarla con el rifle otra vez —. No la maté y ahora agoniza». Su padre llegó, se detuvo frente a la escena y arrojó la colilla del cigarrillo.

    —Mierda, pensé que estaría muerta —aquello sonó casi como un lamento. Posteriormente desenfundó el cuchillo —. No te preocupes, Dom. Fue un buen tiro de todas formas —afirmó, estirándolo hasta las manos de su hijo por el lado del mango —. Acábala.

    —Por… por favor… solo quiero irme a casa —suplicó la chica, boca arriba en el suelo, tratando de taparse la herida con una mano —¡Por favor! —exclamó y reventó en llanto.

    Hicieron caso omiso a las súplicas, sin brindarle una palabra a la víctima. Dominic fue rápido. Finalmente abandonaron el lugar. El cuerpo fue cubierto por la nevada con el paso de las horas.

_{Imagen editada. Original de Pexels | Autor: Harrison Haines}

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