Después de arrastrar sus pasos durante un tiempo, se hizo de valor. El simple hecho de traspasar ese pórtico, impactaba a cualquiera en lo más íntimo de su ser como una ráfaga de viento, ese que se confunde con las palabras de los muertos.
Dos pasos, e ingresó al salón, se detuvo sobre mosaicos negros y blancos desgastados por incontables pasos.

Tras esas palabras se presentó una figura pequeña, de aspecto uraño que, con el seño fruncido lo miró, cual un vidrio que se interponía entre él y un objeto distante de poder admirar. Chasqueó dos veces sus dedos para girar sobre sus pasos y forzarlo para ser seguido.
Él se desvaneció en brillos azulados; el gamulán de gamuza que portaba su escolta resplandeció por los ases de luz que atravesaban el enorme hall.

Tras el umbral recaería el destino azaroso de Ramirez, lo esperaba... lo cobijaba.
Ya estaban ocupados cinco de las seis sillas por lo que él, aunque prefería es este, se sentó al sur de la habitación. Algunos aguerridos, otros suforosos. Sus compañeros al igual que él esperan el zumbido mirando al centro de la mesa.
El mecanismo zumbó e hizo desplegar desde el centro de la mesa, un magenta erecto que se elevó hasta el techo para bajar formando un rostro conocido y locuaz. Este modelo era antiguo por donde se lo mirara, sólo se podía deslumbrar el frente de la figura. Ya había habido intentos por parte de Ramirez para ver un perfil... Quizás una nuca, pero sólo logró que el frente del rostro lo siguiera por toda la mesa.
El crujido magenta invito al juego y Ramirez hizo su gracia una ves más; drenarse y desvanecerse.