El sepulturero / Concurso semanal: Cuentos cortas con un giro

     MI BISABUELO FUE SEPULTURERO; igual mi padre, y ahora yo. Es una tradición que se transmite por herencia; hubo una época en que me negué a serlo porque quería algo distinto, pero una noche soñé que los muertos reclamaban mi ayuda, que los salvara de los vivos que llegaban a saquear su paz, a llevarse sus cosas; el sueño fue horrible y cuando desperté, estaba en el cementerio; corrí a casa, despavorido y cuando llegué, las cerraduras estaban aseguradas por dentro, así que tuve que llamar a mi padre, quien me llevó a cama para que descansara de la pesadilla. Me quedé dormido y volví a soñar que los muertos imploraban por mí y volví a despertar horrorizado en el cementerio y nuevamente, cuando llegué a casa, tuve que llamar a mi padre, pero no me dormí.

     Sin embargo, la siguiente noche, los siguientes sueños amanecía en el cementerio, hasta que entendí que no podía escapar, que mi destino inexorable era el de sepulturero; ahí comencé a dormir en el cementerio; aunque, a veces, cuando despierto, me encuentro en mi cama, sin saber cómo llegué y sin haber molestado a nadie.
     ─No me mires así, Manuel, como si fuera un loco.
     ─El loco seré yo si sigo escuchando tus cuentos de cementerio. ¿Qué quieres de mí?
     ─Sé que te gustaba la señorita; vi cómo la mirabas cuando ella venía a visitar a sus muertos.
     ─Solo fueron miradas que murieron con las mismas ilusiones con las que nacieron. Un chofer no puede aspirar a nada con su jefa.
     ─Pero ahora ella está ahí, en la cripta, y tú y yo podemos abrir esa lápida familiar y sacar sus tesoros.
     ─Estás loco. No abriré nada.
     ─Mirabas a la señorita porque has querido ser rico, has soñado con propiedades y esclavos; pues bien, dentro de esa cripta está tu poder.
     ─No sé ni por qué te estoy escuchando.
     ─Porque soy el sepulturero y tengo un mapa.

Fuente

***

     El hombre, viejo en su oficio, parecía una armadura de huesos, milenaria, porque se le pronunciaban debajo de la piel, cada vez con mayor presencia. Abrió un pergamino en los que no había brújula ni puntos cardinales; un mapa donde, las acostumbradas equis para señalar no se veían. El sepulturero empezó a descifrar con dificultad aquel mapa cuyo material parecía deshacérsele entre sus manos huesudas. Yo lo miraba con curiosidad, con miedo porque no me hablaba de lugares, sino de muertos; cada espacio que señalaba pertenecía a alguien que vivió en alguna época y que al morir le daba entrada a otro, así hasta que llegó al muerto más resiente.
     ─Ve ─me dijo─ esta es la señorita. La última heredera y como no han encontraron sus tesoros, tuvo que enterrarlos antes de morir, aquí, en esta cripta. Vas a ser rico, Manuel, gracias al dinero de los Parenttos.

***

     ─¡María!, ¡María! Abre, corre, estoy aquí afuera, no sé cómo desperté en el cementerio, ¡María! Tuve una pesadilla, pero no sé por qué amanecí en el cementerio, ¡María!
     ─Manuel, Manuel, tranquilo. Soy yo, tu mujer. ¿Me recuerdas?, estamos juntos desde hace cinco años. Tenemos dos hijos. Tú eras el chofer de la señorita. Manuel, qué hacías dentro de esa cripta. Por qué te encontraron con el uniforme del sepulturero, qué hiciste con ese pobre hombre. ¿En verdad estás loco?

***

     Desde que lo encontraron, Manuel no supo más de él. A veces despierta, corre y llama a su mujer para que le abra la puerta, dice que despertó en el cementerio; pero lleva años encerrado en su habitación, cada vez más viejo y cada vez grita peor, como si lo estuvieran torturando; como si hubiera entrado a una cripta en busca de un tesoro y lo hubieran encerrado; como si el sepulturero hubiera sido un muerto, por eso su figura de huesos milenarios; Manuel intenta huir, pero el muerto se le mete por los oídos con su horrendo chillido; luego sale otro espectro que le da paso al siguiente, hasta llegar al muerto más reciente, al de la señorita, pero ya a Manuel no le queda razón, se le ha ido toda y nunca supo que el sepulturero era el protector de los tesoros de los Parenttos, el que lo hace despertar en medio del cementerio cada cierta noche para corroborarle que no es una pesadilla.