Condorito
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Entre esos amigos de tragos tuve uno de nombre Fidel, que era un guajiro de la casta epiayú, familia de un cacique, era albañil y trabajaba en una constructora que hacía brocales y aceras, sus amigos lo llamaban condorito, por su aspecto pequeño y parecido a ese personaje.
Era un bebedor bestial, desde que cobraba los viernes por la tarde le daba corrido hasta el domingo en la mañana, razón por la cual, su esposa o pareja, que trabajaba en el mercado de El Moján, a la hora del pago estaba allí esperando para llevarse parte del sueldo y así evitar que se lo bebiera y sirviera para los gastos de la casa.
Tenían una relación de muchos años con varios hijos y su afición por la bebida fuerte había comenzado dos años atrás, tras la muerte del hijo mayor, que era su ayudante y que fue arrollado por un camión, cuando regresaba del trabajo.
En el fondo el hombre se culpaba de eso, aunque nunca escuché decírselo, ya que es ambos se iban juntos a la casa y ese día él no lo acompañó.
Lo cierto del caso era que no era muy hablador pero en ese tiempo yo también andaba con el despecho de que mi mujer me había dejado y ahogaba las penas en el alcohol, por lo que hicimos afinidad e intercambiábamos anécdotas a menudo.
Entre tantas de esas recuerdo dos, por lo gracioso e inesperado.
Un día estuvo una semana sin ir al trabajo y el patrón preocupado que le pasara algo lo mandó a buscar con un amigo suyo.
Al otro día fue y le explicó al patrón lo que pasaba.
Le explicó que un familiar suyo había venido a visitarlo desde la guajira y se pusieron a beber y se tomaron dos cajas y tuvieron dos días sin poder levantarse del chinchorro.
El patrón le respondió que dos cajas no eran nada, pensando que hablaba de dos cajas de cerveza y este le dijo, que no eran de cerveza sino de cocuy, por lo que supone que la bebida estaba puyada, o sea adulterada, una práctica que se hizo común que era la de agregarle alcohol antiséptico y otras cosas a la bebida para sacar de una botella hasta tres.
Él era filetero, y era muy bueno por lo que el patrón, que era muy estricto, lo perdonó y lo reintegró al trabajo.
En algún momento cuando el me habló de ser eso yo lo asocié con el que hace filetes de alguna cosa, pero luego me explicó que eso era una herramienta para marcarle los bordes a los paños de las aceras y para que los brocales queden lisos.
Otra anécdota que recuerdo y me causó mucha risa, es la del ratón de los billetes.
Una madrugada llegó borracho, había vendido unos chivos y para que su mujer no se enterara escondió el fajo de billetes que le habían pagado, pero al otro día no se acordó dónde.
No podía decir nada porque era un pleito seguro y al final decidió preguntar si habían visto un dinero que el compadre le dio a guardar, pero nadie tenía idea de eso.
Sospechó que su mujer los había encontrado, pero no dijo nada.
A los días el hijo menor se apareció con unos trozos de billete todos roídos y surgieron las preguntas hacia el pequeño que de donde los había sacado, seguros que eran los billetes perdidos.
El niño en su inocencia dijo que había metido un palo por unos bloques persiguiendo una lagartija y estos habían aparecido.
Fueron hasta el lugar, era una pared de bloque aun a medio construir que dividiría el cuarto con el baño.
Al parecer metió los billetes en uno de ellos y los ratones hicieron fiesta.
Su mujer siempre creyó que eran de un compadre y él se aprovechó de eso para semanalmente tomar una parte de su sueldo con la excusa de pagarlo, pero en realidad se los bebía.
Estas son solo dos de tantas, cuando recuerde de otras se las iré escribiendo.