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Tiempo inmortal ✍️

Tropiezos, despistes, apuros, insultos. La ciudad arrítmicamente despertaba de la tersa tranquilidad que una tarde gris ofrecía, las riendas de la civilización se acentuaban con movimientos energéticos. Por esa hacienda caminaban los uniformados, con pasos iguales, respirando a ritmos similares y agitando sus muñecas ante la constante ignorancia que el transcurso del tiempo les ofrecía vagamente.

Pude verlos correr a mis alrededores tal cual ratas frente a una amenaza, golpizas por su parte, enfado por la mía. Sucumbían ante los posibles lugares físicos vacíos en busca de tranquilidad, aunque sabían que el mito de tal paz no se extendía más lejos que hasta los pórticos herrumbres de sus propias casas grises. Con desespero, o quizás ansias, caminaban en la presión de la precisión.

Me encontraba encerrado ante tales movimientos brutales, sin salida alguna ni deseo posible por encontrarla. El espectáculo se ofrecía ante mí con una indeseable tentación que no existía, miraba con indiferencia cómo ellos morían por el tiempo… A diferencia mía, que con el tiempo moría.

La multitud me ahogaba, me hacía retroceder pasos cuando únicamente avanzaba uno, me negaban la posibilidad de arrivar a mi destino con la rapidez con la que podría haberlo hecho. El enjambre descomunal se regodeaba ante mis ojos con sus variados trajes de vestir grises y oscuros como el día mismo.

El tiempo era inmortal, se acalambraban inútilmente las manecillas de mi pequeño reloj de bolsillo, mientras que el desespero me carcomía a niveles inimaginables. El pesimismo recurría a mi mente de forma constante, sabía con certeza que iba a llegar tarde y eso era algo que a mi acompañante no le agradaría en lo absoluto.

Pude visualizar rápidamente el minutero, faltando pocos minutos me dispuse a hacer lo que el enemigo, recurrir a actitudes violentas para acrecentar mi paso. Empujones y pisotones provenían de mí, la gente comenzaba a voltearse para entender qué es lo que estaba ocurriendo. Mi cabello y vestimenta también eran un motivo por el cual me observaban con los ojos abiertos de par en par mientras que una mueca de estupefacción se les dibujaba inconcientemente en el rostro, los detestaba por aquél factor constante.

Nuevamente consulté la hora, era un hecho que llegaría tarde, pero no que los minutos transcurrirían con tal cruel velocidad una vez que había decidido ser descortez con las personas. Una florería se encontraba a pasos de mí y, sin dudarlo, tomé un pequeño ramito de rosas ya armado. En Alemania, y en muchas otras naciones del mundo, se lo podría haber considerado como un robo, pero en el país fundado por mi mente, era únicamente un prestamo con un fin benéfico y no lucrativo.

Finalmente, había llegado, me arreglé mis atuendos estando a pasos de la puerta, ladeé mi cabeza para relajarme un poco frente a tal situación estresante, inhalé y exhalé en busca de la paz interior que sabía que no existía y tomé el pomo de la puerta para girarlo con suavidad. Ingresé en la sala, las luces parecían sombras fortuitas y enceguedoras, el polvo era inexistente y parecía haber sido erradicado hace mucho tiempo ya; a pesar de mis vagas miradas, pude distinguir cómo su figura se recortaba contra el cuadro gigantezco que yacía a sus espaldas y se dirigía con lentitud terrorífica hacia mí.

Sus labios gesticularon como si millones de insultos pasaran por su mente, pero quise evitar lo que tuviera para decirme, sé que me destrozaría por completo y no era el mejor momento para caer en una nueva depresión. Me acerqué a ella, le entregué las flores envueltas en brillante papel plateado y con un leve movimiento lo abracé de la forma que sabía que le gustaba.

— Lo siento— comencé a disculparme— Te prometo que jamás llegaré tarde nuevamente a nuestra cena de aniversario.