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De la fragilidad del ego y otras yerbas

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Hablar, hablar y hablar. Farfullar palabras sin sentido, frases inventadas y con un contexto nulo. De la agresión al drama, sin escalas, agrandando problemas de forma soberbia y sobradora. No hay lugar para tu falta de decoro.

De la fragilidad del ego, la más mísera de las miserias humanas, el narcisismo a flor de piel y ahogado entre cuestiones que lejos está de entender. Que vana mentira, que fácil se engaña. Patea el montículo de tierra y se exaspera, se enoja por la suciedad de sus zapatos; siento ternura ante la falta de congruencia.

Mira consternado, como su dramático desenlace no levanta un atisbo de atención, decide expresarlo con un inherente capricho casi tan inconcebible como su ego.

— ¡Que me presten atención, he dicho!

Sus palabras se las lleva el viento y, con ello, una nueva patada nace de sus terminaciones nerviosas, intentando alivianar la peste de ira que lleva en su interior. Servil y funcional a un egocentrismo burdo y aniñado, en su ridículo afán de brillar. Levanta la mirada al cielo, frunce sus cejas y pierde su enojo en un juego de bloques que reposaba a su lado.

— Quizás, sólo quizás, si ordeno más rápido y mejor que los demás niños, me den atención— Sus ojos brillaron cautivados, ¡había descubierto el camino!

Se lanzó a la tarea de forma voraz y depredadora, los vestigios de la madera volaban por los aires, mientras sus manos eran sencillamente una sombra que se perdía en la velocidad. Más rápido, más eficiente, menos tiempo, más resultados. Todo tenía lógica, ahora sí su fórmula para destacar estaba completa.

Los ojos de los demás viraban de un lado para el otro, sin detenerse en aquellas pequeñas manitas que desprendían humo a su paso. Los cubos seguían desperdigándose por el rincón, irrefrenables ante la gravedad, pero ningun halago llegaba a los oídos del pobre desdichado.

El cansancio mental, físico y, peor aún, el hastío comenzaban a invadir su pequeño cuerpo, ¿acaso quiénes se creían que eran para no alimentar su estela de vanagloriado trabajo? Pateó con ira los cubos, posó sus brazos en jarra con una expresión de mero fastidio y el viento se llenó de su suplicio interior.

— ¡Que me presten atención, he dicho!