Tome el preciado regalo y admírelo, detalle con precisión sus delicados pétalos y su fino tallo. Enséñela a sus amigos para que la llenen de elogios, y pronto notará cómo se vuelve más hermosa y brillante, tal cual dos pares de ojos que se han encontrado. Aspire su dulce aroma, como si de su comida favorita se tratase. En caso de que no tenga olor alguno, créelo recordando a la persona amada, y exprésele a la flor lo bien que huele. Por último, colóquela en el florero más llamativo y especial de la casa, a la vista de cualquiera que se pudiera presentar. Mientras más se admire la flor menos rápido se marchitará, menos rápido se acabará el amor.

Te regalan una flor, el símbolo perfecto del amor, una muestra del gran cariño que te tienen. Lastimosamente, casi nadie se da cuenta que no solo demuestran lo más bello de su corazón: hay algo más. Te regalan una flor, y con ella, instantes de adoración a la magnífica belleza de tanta delicadeza. Te obsequian un sinfín de probabilidades de en qué lugar de la casa llamará más la atención. Te dan la oportunidad de alargar y perfeccionar su corta y exquisita vida, todo por no querer verla marchitarse tan pronto. También le dan vida a tus ojos, luego de tantas miradas llenas de admiración, además de una de las mejores sensaciones: ser útil. Te regalan momentos inquietantes, ¿qué hacer cuando su aroma ya no se esparza por toda la casa? Lo ignoran, pero te regalan el placer de cuidar una flor, conservarla bella y completa lo más que se pueda. Y por supuesto, de guardarla para siempre, tal vez entre las páginas de tu libro favorito.