Cuesta no dejarse arrastrar por una ola que tiene resaca; y aunque "Nunca digo nunca". Siempre decía: "Estoy evaluando la situación del país".

Un día fui a la Universidad, y la sentí delirar; sus pasillos hablaban de soledades, de desesperanzas; el miedo me hizo caminar casi de puntillas, di la clase a doce estudiantes nuevos que iban a cursar la carrera de Biología; noté en sus ojos el deseo de comerse el mundo de un solo bocado. Mi mente se debatía entre animarlos o decirles que no llegarían lejos. La universidad tenía sus días contados; aún nadie pensaba en la pandemia. Pero, por cosas del destino, un virus letal había carcomido la robustez del campus de la Universidad de Oriente, Núcleo de Sucre.

Salí de clase con una idea fija: "No quiero venir más para acá". Cuando llegué al estacionamiento, Carlos me esperaba; sus días se habían convertido en una rutina de llevarme a la UDO y esperarme por temor a que me pasara algo. Me notó callada, y eso es rarísimo en mí. Me preguntó: ¿Pasó algo? Y le dije: Un no, que significaba Pasa todo.

Él me dijo: "Alégrate, recogí unos tamarindos de esa mata que está cerca del estacionamiento del Oceanográfico; tendremos jugo para el almuerzo".

Me reí y salimos de la Universidad; en el trayecto vi a mis doce alumnos, como doce apóstoles, caminando por la Avenida Universidad; el sol golpeaba a mandarriazos sus cuerpos. Miré hacia otro lado; no los podía montar a todos en mi carro. La tristeza estaba tentándome de nuevo.

Llegamos a la casa, comimos y descansamos. Para ese entonces, había racionamiento de luz desde las dos de la tarde hasta las nueve de la noche, Carlos y yo nos pusimos a conversar de todo. Le dije: "No quiero ir más a la U.D.O., soy cobarde; me duele verla morir. Pediré cambio para Carúpano. Quiero regresarme a mi pueblo. Presiento que la situación se pondrá muy dura para viajar, y quiero estar cerca de mi familia". Fueron seis horas que tomamos para analizar los pros y los contras.

Al otro día, estaba en la U.D.O. iniciando el papeleo para el cambio. Las aguas del "Jordán" se abrieron y pude atravesar el río sin contratiempos.

Cuando dije en la oficina a mis compañeras de trabajo: "Chicas, me voy". Seguido de sus caras de sorpresa, me preguntaron: ¿Para qué país? y les respondí: "Para uno que se llama Carúpano, y queda en el lejano oriente". La risa se escuchó en el pasillo. Fue mi último encuentro con ellas. No hubo despedidas ni nos rayamos las camisas como en Bachillerato, bastó un abrazo y un nos seguimos viendo.

LLegué a mi pueblo, a mi semilla, a mis lugares y pasos de infancia, ¿y saben qué? Siento que nunca me había ido de aquí. Sin embargo, algo ha cambiado: Ahora valoro y quiero más cada uno de sus rincones. Y aunque no es nada despampanante geográficamente hablando; les diré como dice un amigo mío cuando se refiere a su esposa:

"Yo a mi piazo de pueblo lo quiero con el alma".

Gracias por leerme. Un abrazo caluroso para el teacher @karupanocitizen, y para todos mis compañeros de curso.

Nota: Todas las fotos son de mi propiedad.