Saludos estimados amigos digitales

Agradecido con la amiga @solperez por plantearnos este desafío, de crear un relato a partir de una imagen de algún pintor histórico, en este caso del artista danés Laurits Andersen Ring. También quiero agradecer al amigo @venecineaudio por invitarme a participar en esta dinámica.

En esta ocasión quiero invitar a los amigos @leicorp1 @hloero @mile16 y @wilmer1988 para que se unan a esta dinámica. Seguramente redactarán un cuento reflexivo y emotivo, tal como las pinturas del artista.

El vigilante del Ferrocarril

El vigilante del ferrocarril

Era uno de los trabajos más aburridos del pueblo. Ni el del celador del cementerio era tan aburrido como ser el guardia del ferrocarril de la estación de San Vicente de Arenales.

La estación estaba en medio de la nada, era la penúltima antes de llegar a la localidad de El Manto Blanco, donde el tren debía buscar cargas agropecuarias dos veces a la semana.

Pero en San Vicente de Arenales casi nadie subía o bajaba del tren. En el pueblo no había nada que hacer, además de escuchar crecer el pasto y adivinar la forma de las nubes.

Aún así, Cristóbal había tomado el trabajo con una esperanza oculta, con un optimismo que hacía plantear sus espectativas de vida en ese pueblo olvidado por Dios.

Había sido el guardia del ferrocarril por tanto tiempo, que ya sus inicios se perdían en el olvido. En algún momento, dada su disciplina y determinación, había sido candidato para ocupar un puesto mejor en la empresa de trenes, con la condición de mudarse de pueblo, pero él la rechazó amablemente diciendo que su misión en en San Vicente de Arenales todavía no estaba cumplida, así que se quedaría el tiempo que fuera necesario para cumplirla.

Su objetivo siempre fue un misterio. Todos en la empresa y en el pueblo sabían de la determinación de Cristóbal, quien había madurado y envejecido en el cargo, sin revelar a nadie cuál sería su intención oculta.
Cada vez que el tren se asomaba por la última curva, antes de llegar a la vetusta estación, Cristóbal se paraba y sus ojos brillaban de ilusión. Aún cuando nada fuera de lo común pasaba, y el tren seguía a su siguiente destino, el viejo empleado sonreía satisfecho como si hubiese dado un paso más en la dirección correcta.

Fue la tarde de un viernes, cuando unos pocos pasajeros se bajaron en la estación custodiada por el viejo Cristóbal, que dio por terminada su misión.

-Jefe, quiero pedir mi jubilación y retiro. Ya cumplí mi misión.

-¿Y eso Cristóbal?

-Mi hija y mi nieto llegaron en el tren de hoy, y quiero jugar con ellos en mi casa -respondió sonriente el anciano vigilante.

La imagen fue proporcionada por la moderadora del concurso y es de libre uso