Una viuda (fragmento de una novela en proceso)

in Venezolanos Steem3 years ago

Gente de Steemit: Suelo escribir varios textos de ficción al mismo tiempo. No es la manera más eficiente, pero es la que más o menos me funciona.
El fragmento que presento ahora pertenece a una novela en la que he estado trabajado durante varios años; y en ese tiempo he terminado y publicado varios libros, pero este sigue resistiéndose a encontrar su forma final.
Quiero agradecer a #venezolanossteem, y en particular a @marcybetancourt y @solperez, por su apoyo y receptividad.
Saludos.


Fuente

El día anterior escuché por primera vez del Partido Monárquico Bolivariano. Dos veces en un mismo día. La primea, durante la visita que hicimos, el teniente y yo, a la viuda del impresor, una mujer de poco más de cuarenta años, poseedora de grandes pechos y caderas malamente contendidos en el vestido de luto que nos recibió en el salón en penumbras donde la familia se reunía a rezar todos los días; una habitación con su altar elevado en el que destacaba la figura de Cristo y varios santos imposibles de identificar en la oscuridad producida por las ventanas cerradas y las pesadas cortinas y el humo de las velas.

Al parecer, desde la muerte de su marido, la viuda pasa allí gran parte de su tiempo, según nos dijo la esclava que nos condujo al recinto, y tal vez por eso esperaba encontrarme con una mujer consumida en el dolor y la resignación, magras las carnes y macilento el rostro, y nos recibió una viuda todavía de buen ver, llena de fogosidad vengativa contra los asesinos de su marido que, no lo dudaba ni un instante, eran enemigos de la patria, sabido como era que su señor esposo, un dechado de virtudes y un ejemplo de luchador incansable por la libertad y la felicidad de nuestra nación, no tenía enemigos personales.

¿Y políticos sí?, preguntó el teniente, logrando interponer esas pocas palabras que resonaron en la habitación como una imprecación a pesar de que habían sido pronunciadas casi en un susurro por respeto a la reciente condición de la mujer que nos recibía y a las imágenes sagradas que nos rodeaban. Aquí la mujer titubeó, aunque de seguidas afirmó que su esposo se había afiliado hacía poco tiempo al Partido Monárquico Bolivariano y algunos de sus relacionados se lo habían tomado a mal, como si eso significara una traición al ideal republicano que desde 1810 había animado su vida, obligándolo durante todos los años de la guerra a trasladarse con su imprenta a donde lo necesitara la causa; si ahora cambiaba la república por la monarquía no era más que por la consideración de que la patria sólo se salvaría de las fuerzas que la amenazaban por el prestigio y enorme autoridad moral de Bolívar, que debería asumir el cetro y el trono para que esta se convirtiera en autoridad política, y aquí había respirado la viuda y había hecho un alto y nos miró como retándonos a desmentirla.

¿Y quién dirige ese partido?, pregunté, reconociendo mi ignorancia, y al instante escuché el nombre de don Carlos Losada, hacia cuya hacienda nos aproximábamos.

Ya a la vista de la casa advertí una vez más lo que a pesar de catorce años de guerra y destrucción todavía no me acostumbraba a contemplar: los campos arrasados por incendios ya viejos y por años de inactividad, los esclavos famélicos deambulando como espectros desorientados en la luz cada vez más brillante, y la casa, grande y de tejas rotas, con paredes que fueron blancas y ahora mostraban sucias manchas de humedad.

Los últimos cien metros los avancé con la opresiva sensación de que el sitio al que nos dirigíamos estaba vacío de presencia humana desde hacía mucho y sólo lo ocupaban los recuerdos de una vida pasada más feliz y más próspera, a pesar de que sabía que no era así. Más cerca de la casa los campos tenían un aspecto distinto y crecían frutos en varios huertos bien cuidados. Una actividad mínima pero suficiente para recordarnos que la vida continuaba.

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