Una conversación sobre la patria (fragmento de una novela inédita, 2 de 2)
Estimada gente de Steemit: Aquí la segunda parte del fragmento de novela, todavía inédita y en proceso de escritura.
Con mi agradecimiento a quienes comentaron la primera parte. En este enlace pueden ir a la entrega anterior.
También quiero expresar mi agradecimiento a #venezolanossteem y a @marcybetancourt y a @solperez, encargadas de este diálogo constante con la comunidad venezolana.
Saludos..
Las penurias de la larga marcha a Oriente vuelven a mi memoria con un sentimiento de encono y rencor. Más de la mitad de la población caraqueña perseguida por las tropas de Boves que no se detenían en torturar, violar y asesinar a quien se les pusiera por delante. Y este negro que habla conmigo con la tranquilidad de un viejo dueño de hacienda de los tiempos coloniales estuvo entre los que sembraron de cadáveres las calles.
Durante aquellas espantosas semanas de marcha, vi a Bolívar varias veces, arengando a la gente, moviéndose arriba y abajo en la columna, tratando de insuflar un ánimo y unas esperanzas que quizás él mismo no sentía. Un joven soldado que apenas unos meses antes había sido recibido por la población de Caracas como Libertador y que ahora marchaba al exilio nuevamente, guiando no un ejército sino una población atemorizada.
Miré de nuevo a mi interlocutor. ¿De veras valía la pena reñir con este hombre que, por lo que yo sabía, bien podía asesinarme aquí y ocultar mi cuerpo donde nadie lo encontraría? Me serví otra taza de café y di un sorbo, ya sin animosidad. Sin embargo no pude ni quise evitar agregar:
–Nosotros peleábamos por la libertad.
–Nosotros, los negros, los mulatos, zambos, cuarterones, tercerones, pardos, también pelábamos por nuestra libertad contra los únicos amos que habíamos conocido: ustedes, los blancos.
Definitivamente, yo no quería seguir discutiendo, en parte porque no podía negar del todo las razones del hombre que se sentaba frente a mí en la actitud reposada y vigilante de un león satisfecho pero peligroso, en parte porque estaba cansado.
–Esas cosas ya son agua pasada.
–No del todo, doctor, no del todo.
–Mírese usted mismo. Nació de una esclava, se levantó en armas contra la república, y sin embargo es un hombre libre y, a juzgar por este lugar, un hombre rico. ¿Qué más quiere?
El hombre se puso de pie con un impulso poderoso. La expresión tranquila de su rostro se había trocado en una agitación sorda que no terminaba de manifestarse. Dio varios pasos hacia el centro de la habitación y de pronto se detuvo. Volvió a su asiento.
–¿Qué quiero? ¿Qué queremos? Lo mismo de siempre, doctor, dijo con voz tranquila y controlada, libertad. Todavía hay amos y esclavos, y los pardos seguimos siendo la escoria, a pesar de que tengamos algunos generales en el ejército y, según he escuchado, el mismo Bolívar quiere casar a las huérfanas mantuanas con sus oficiales de piel oscura. Hemos tenido que derramar más sangre que nadie por ese privilegio. Es cierto que soy un hombre rico, y no soy el único. Ya había pardos ricos bajo las leyes del rey. Pero tanto ayer como hoy se nos tolera al mismo tiempo que se nos desprecia. Los blancos, los señores, aún no quieren verlo, pero convénzase, doctor, el futuro de este país, si es que tiene alguno, somos los pardos.
El hombre sonrió y sus grandes dientes parecieron cobrar vida propia.
Aún tuve ánimos para tratar de argumentar:
–El gobierno aprobó la liberación paulatina de los esclavos. En unos pocos años el oprobio de la esclavitud habrá desaparecido completamente de nuestra vida ciudadana –dije convencido de arrojarle a la cara un argumento irrebatible.
–O habrá cambiado de forma.
Hice un gesto de impaciencia.
–Supongo que no me hizo venir hasta aquí para discutir de política. Su esquela decía otra cosa.
–Tiene razón. Disculpe que me haya dejado llevar por las palabras. No siempre tengo ocasión de intercambiar opiniones con alguien de su condición. La naturaleza de mis negocios me mantiene apartado de los de su clase –dijo con seriedad pero yo no sabía si se estaba burlando o no–. Vayamos al grano. Estoy al tanto de los asesinatos cometidos en el barrio San Jacinto, que puedo considerar como mi barrio, aunque no viva allá.
–¿Sabe quién es el responsable?
Todavía no, pero sé quién no los cometió. Ninguno de los detenidos por la policía tiene nada que ver. No hay razón cierta para que estén en los calabozos como no sea que viven en el barrio y son negros. Naturalmente no tiene usted por qué creerme. Le propongo algo: si me ayuda a liberar a los detenidos, yo lo ayudaré a encontrar a los asesinos. El barrio tiene más ojos de los que usted o el teniente Villareal puedan imaginar. Si hay algún testigo, yo lo encontraré. Si no quiere hablar, yo lo convenceré. A cambio sólo pido que suelten a mi gente.
Intenté adivinar cuánto de verdad había en las palabras del negro. Tenía dificultades para aceptar lo que el hombre proponía y aun más difícil se me hacía aceptar que tuviera la influencia que pregonaba. Sin embargo, no había nada que perder.
–No puedo prometerle nada. No está en mis manos liberar a los detenidos, pero si sus informaciones son ciertas, algo se podrá hacer.
El hombre movió la cabeza con lentitud hacia arriba y hacia abajo, con los ojos medio cerrados y la vista en la mesa.
–Estoy seguro de que su autoridad es mayor de la que cree. El jefe de policía tiene confianza en usted. Ayúdeme y yo podré ayudarlo.
–Necesito algo más concreto que una vaga promesa.
–Bien, lo entiendo. Dentro de unos días recibirá una prueba de que hablo en serio.
El hombre se puso en pie. Yo lo imité, comprendiendo que el encuentro daba a su fin. No nos estrechamos las manos.
–Pronto estará en su casa, doctor.
El hombre me acompañó a la puerta de la habitación. Del otro lado me esperaba el mismo cochero que me había traído, u otro muy parecido, y me condujo al patio salvando la galería interior de aquella casa que parecía haber atravesado la tormenta de la guerra sin haber sido tocada por el fuego ni manchada por la sangre. Las baldosas del suelo estaban completas, los muros eran gruesos y bien encalados, las vigas del techo eran fuertes, las puertas cerradas ante las que pasamos mostraban una vejez digna, segura, una apariencia de eternidad venerable.
En el patio donde me aguardaba el coche y en el que me vendaron nuevamente antes de subir había flores que en la fría madrugada exudaban un olor dulce y lenitivo.
Los dueños de esta casa, ¿dónde estaban? ¿En qué recodo del pasado fueron abandonados? ¿Qué arma les dio muerte o qué aflicción los consumió como se consume una vela en una habitación vacía en la que no corre ni una hebra de brisa? ¿A qué rincón del mundo habían ido a parar arrojados por los vientos de la guerra?
El traquetear de los cascos del caballo me amodorró y finalmente sucumbí a un sueño intranquilo. Desperté frente a mi casa; descendí a la calle y vi alejarse el coche y a su conductor como figuras que se internaban en otro mundo.
Puedes unirte al club5050, colocando esta etiqueta en tus publicaciones.
Te invitamos a leer nuestra publicación sobre el tema Club5050 una oportunidad para ganar y crecer
Me ha gustado mucho leer la segunda entrega. Ya espero la novela entera.
La promesa "Dentro de unos días recibirá una prueba de que hablo en serio." ya me tiene expectante.
No soy un gran lector de novela, pero en todo caso suele ser histórica. Recuerdo haber leído La guerra del fin del mundo, de Vargas Llosa. La lectura era ágil y mantenía siempre tensión narrativa, cosa que por el momento también he encontrado y disfrutado en estos fragmentos de una novela inédita.