Primer movimiento (Cuento. 1 de 2)
Estimada gente de Steemit: Publico acá la primera parte de un cuento escrito hace bastantes años, basado en algunos episodios reales de mi infancia. Espero que les guste.
Aprovecho para agradecer a #venezolanos y a @marcybetancourt y @solperez el apoyo que siempre han brindado a mis publicaciones.
I
El padre de un amigo había muerto; pero no en la forma vulgar y gris como se suele morir. A esas muertes tras penosas enfermedades, o en accidentes de tránsito que dejan los cuerpos cercenados y aporreados, cuando no con un lamentable aspecto de papilla y los vehículos otrora flamantes convertidos en caótico montón de hierros inservibles, o esas otras en accidentes laborales, que menguan el potencial económico de la nación, estábamos acostumbrados; en cambio, la muerte del padre de Ricardo—designado así de ahora en adelante, tal vez en forma inexacta pero de ninguna manera inapropiada— tenía los elementos de acción, tensión y dramatismo que el más exigente espectador de cine o lector de novelas de aventuras pudiera desear.
En resumidas palabras, este es el asunto: era el hombre guardia nacional y cumplía esa mañana sus funciones normales de patrullaje en una carretera algo alejada del pueblo. Él y sus compañeros se desplazaban a moderada velocidad por las vías desoladas y rectas de la meseta de Guanipa. Ignoro si disfrutaban del clima seco y el fuerte sol, o si, por el contrario, se veían agobiados por tanto cielo sin nubes y tanta sabana despoblada, además de la monótona perspectiva de las largas horas por venir.
Es posible, también, que un repentino chubasco ennegreciera el cielo y esta alternancia del buen y el mal tiempo los predispusiera a la melancolía. Acaso, había desarrollado en ellos una como indiferencia ante las adversidades o bondades del clima. Sea como fuere, lo cierto es que me es lícito imaginar cualquier cosa. Se escuchó, en algún momento de la mañana, una señal en el radio transmisor: un grupo armado había asaltado un banco en un pueblo cercano y se dirigía hacia la zona donde ellos patrullaban; la orden era interceptarlos. La misma fue cumplida, tal vez con demasiada eficiencia.
Luego de un intenso intercambio de disparos de variado calibre, quedaron en el campo tres irregulares muertos, un guardia nacional también difunto y otro herido con levedad. Las armas recalentadas, las manos sudadas, las carrocerías agujereadas y los cuerpos sangrantes y adoloridos deben haber formado un extraño conjunto inestable e inmóvil a la vez, trágico y ridículo; pienso que los hombres que apretaban las armas quedaron un momento cegados y ensordecidos por los disparos y el miedo, y luego esperaron en silencio.
La noticia corrió como el agua de una inundación. Las más contradictorias versiones circulaban de patio a patio y de cocina a cocina. Se hablaba de emboscada y fusilamientos, y de un guerrillero herido que había logrado escapar, escondiéndose en las cercanías del pueblo.
Esa tarde jugamos a policías y ladrones en casa de Luis. Morimos y renacimos varias veces, ejecutando variaciones sobre el tema del enfrentamiento armado. ¡La gloria del combate, la grandeza del caído, la heroicidad de la sangre derramada! Al fin, una madre exasperada nos echó, gritándonos que fuéramos a jugar a otra parte. Nos alejamos con íntima insatisfacción: yo sabía que no había sitio mejor que la casa de mi amigo.
Su vivienda era como la mía— y como todas las del pueblo, en el más puro y estereotipado estilo Campo Petrolero—, pero solo en las apariencias, pues algo indefinido la hacía más grande, oscura y misteriosa: las habitaciones no eran solo el sitio para dormir, y la cocina era algo más que el lugar donde se preparaba la comida; bajo las camas, en mi casa, sólo se ocultaba el polvo. En la de mi amigo, el espacio entre el colchón y el piso lo mismo contenía un túnel que la cubierta de un barco, una trinchera o un tanque. Los cuartos eran más altos, con muebles de uso desconocido y montaña de ropa limpia donde esconderse. Una luz, un olor, una temperatura distinta animaban los sueños y los juegos. Hasta su madre era distinta, gorda y blanca, y siempre sudada, aun cuando no realizara ningún esfuerzo, echada en una mecedora, los pies fuera de los zapatos y los párpados entornados como esos budas baratos; el sudor se manifestaba en su cara humedad y brillante, en las extensas manchas de su vestido, en los mechones de pelo aplastados y pegados a la cara.
Era mucho el reino que perdíamos con ese pequeño exilio; sin embargo, me consolaba pensando que un aire malsano se respiraba esa tarde en el interior de la vivienda. Cuando salíamos pude ver como el señor Luis se pasaba la mano por la cara como quien aleja fantasmas y decía: “Qué vaina, qué vaina”.
muy buena segunda parte amigo me fascino su historia
Me gustó este relato. Mi parte favorita:
Gracias por tu lectura, @solperez.
Un abrazo.
muy buen relato amigo fascinado de leerlo
Gracias por comentar, yefersonbal.
Saludos.
un gusto para mi hacerlo amigo que tengas un buen dia
Siempre resulta un placer leerte, ya quedé enganchado con este relato, espero la otra parte. Un gran abrazo
Hola, @sir-lionel. Es bueno estar de vuelta, así sea poco a poco. Hoy publico la segunda parte. Un abrazo.
excelente publicación amigo me atrapo la historia y la narración de la misma te felicito por ella amigo
Me alegra de que te atrape la historia, @hectorbaiz. En un rato va la continuación.
Saludos.
LA ESTARÉ ESPERANDO AMIGO