Venezuela Concurso - Semana 22 - La casa de mi abuelo Nerio

La casa de los abuelos paternos, queda aún en Villa de Cura, Aragua, pero es otra casa, con otros dueños. En aquella, la de la infancia, la de la adolescencia, tuvimos una vida llena de colorido y emociones, de rituales, de fantasmas y juegos, un mundo de despertares.

En esta oportunidad amigos de Steemit, les voy a relatar uno de esos recuerdos. La casa era muy grande, tenía más de quinientos metros cuadrados, en el frente hay dos portones: uno, el portón de la entrada de la casa y el otro era el portón de campo, hoy eso sería como un garaje. La familia solía sentarse en la puerta de la casa todos los días, allí saludaban a los vecinos, se hacían cuentos, bromas y los niños jugábamos, la cuerda, el loco, la ere, otros, bajo la mirada y vigilancia de los mayores.

Una de esas tardes el abuelo Nerio nos hizo un reto a mi hermano Guillermo y a mí. Tendría yo unos seis años y mi hermano cuatro. El abuelo nos dijo algo como esto: “Les doy medio a cada uno, si y solo sí van desde aquí y recorren toda la casa y golpean por dentro el portón de campo. Esa es la contraseña, dar tres golpes.” La propuesta era tentadora, un medio en aquella época era plata para cualquier niño que quisiera comprar una chuchería. El asunto es que era casi de noche, la casa tenía sus recovecos, era umbrosa y nos infundía temor. Mi hermano y yo nos miramos y decidimos aceptar, pero la verdad íbamos con mucho miedo. Fuimos haciendo el trayecto atados de las manos, alertas. Habíamos recorrido más de dos tercios de la casa, pero cuando nos faltaba poco, es decir cuando íbamos debajo de la mata de guayaba, en una pared limítrofe con la casa vecina, allí, justo allí, a unos quince metros de nuestro destino, aleteó una paloma. Y, caramba, el poco valor que habíamos juntado voló con el ave, se esfumó mientras mi hermano y yo aterrados, pálidos y temblorosos corríamos despavoridos hacia la entrada de la casa. En la carrera nos llevamos varios muebles por delante, íbamos tropezando con todo.

Cuando llegamos al fin a la puerta, aquello pareció una eternidad, mi abuelo Nerio se reía a carcajadas y cuando se calmó nos dijo: “¡Qué buena broma, por miedosos, perdieron el medio!”