La casa de la abuela Luisa tiene un patio con paredes rústicas y una tierra similar. Allí, entre el sol entrando por los espacios de las hojas de los árboles y la sombra del mismo, se desarrolla la escena de cada tarde. Risas, miradas, chistes y hasta el chisme del día hacen su entrada.

Las cuatro mujeres de la cuadra, amigas desde hace muchos años, se reúnen allí. Entre ellas estaba Delia, la más extrovertida. Su risa era tan exagerada que se escuchaba en toda la cuadra.
Ella siempre contaba una historia exagerada sobre todo lo que le acontecía. Ríen, cantan, trabajan, comen y hasta lloran juntas.

Hace su entrada la más callada del grupo, Susana. Hacía unas hermosas carteras tejidas con sus manos y siempre las terminaba allí.
Algunas veces decía algo tan gracioso que nos reíamos muchísimo y, en el transcurso de la velada, lo recordábamos y volvíamos a reír.

No podemos perder de vista a Lucía. Tenía una hermosa cabellera negra y siempre llegaba tarde, pero nunca quería sentarse porque estaba "de pasada". Sin embargo, siempre se quedaba hasta el final; no podía resistirse a los encantos y las risas de sus grandes amigas.

Por último, y no menos importante, los hermanos Juan e Isabel.
Isabel era la mayor de todas, deciamos que era mamá, porque su instinto protector era evidente, no solo quería proteger a su hermano; sino que defendía y protegía a sus amigas a como diera lugar.
Ella siempre corregía y aonsejaba a todas, era de esas amigas que te hiere con sinceridad.
Juan era el menor, un joven soñador y vivaz. Estaba locamente enamorado de la tímida Susana, y todo el mundo lo sabía, menos ella.
Una tarde cualquiera, Juan llegó con la sonrisa de oreja a oreja. Apoyándose en su silla favorita, su mirada inquisitiva y pícara se posaba de vez en cuando en su amor imposible.
De vez en cuando coqueteaba y decía un par de palabras bonitas para llamar su atención.

—¿Qué dicen, chicas? ¿Verdad que este patio es más bonito cuando llego yo? —habló guiñando un ojo.

Lucía, de forma pícara, le respondió con una carcajada:

—Claro que sí, Juan, el payaso de la tarde.

Las demás rieron; incluso Susana dejó de tejer por un momento para ver cómo Juan reaccionaba.

—¡Qué cruel eres, Lucía! —se quejó—. Y pensar que te traía un regalo.

Sacó una manzana roja y brillante, pero en lugar de dársela a Lucía, la sostuvo en el aire con picardía.

—Bueno, la manzana es para quien me dé la mejor sonrisa —dijo, mirando a Susana de reojo, pero ella ni pendiente.

—Juan, dime, ¿a qué chica del pueblo no le has dicho lo mismo esta semana?

El chico quedó en silencio un segundo. Luego se rascó la cabeza y se rió.

—Está bien, está bien, me atrapaste. Pero tú sabes que en mi corazón solo hay espacio para una.

—¡Entonces o te declaras, o te comes tú la manzana, Romeo de pueblo! —dijo Isabel, haciendo reír a todas.

Quizás Juan no cambie y Susana no se deje convencer. Lo que sí es cierto es que la amistad entre esas chicas es un lazo tan fuerte que dificilmente se pueda romper. Una amistad sincera y sólida que nadie ha podido separar.

Las amistades sinceras y bonitas nos dejan huellas, y aunque estemos distanciadas por las circunstancias, las llevamos en el ❤ corazón para siempre.

Una bonita paesía inspirada en mis amistades

La amistad sincera es
como el sol radiante
en los días grises,
hacen que de tu corazón
fluyan sonrisas y matices.

Original de: @neyistar23

Invito a: @hljott @gertu y @jiva34